- •Vimes se lo miró de reojo. Era un comentario típico de Zanahoria. Sonaba tan inocente como el infierno, pero podías interpretarlo de una forma distinta.
- •Vimes vio una hacha de guerra enterrada en la pared.
- •Vimes sacó su reloj y lo miró. Se estaba convirtiendo en uno de esos días… de los que tienes todos los días.
- •Vimes se quedó mirando fijamente.
- •Vimes le miró a él, luego al Patricio y luego volvió a empezar.
- •Vetinari se puso de pie y caminó hasta la gran ventana, dándoles la espalda.
- •Vimes, cuyo conocimiento sobre geografía era microscópicamente detallado en un radio de ocho kilómetros alrededor de Ankh-Morpork y sólo microscópico en un radio superior, asintió titubeante.
- •Vimes y Vetinari intercambiaron miradas. En ocasiones Zanahoria parecía un tratado cívico escrito por un monaguillo aturdido.
- •Vimes sabía que había perdido. Había perdido tan pronto como se había mencionado a Sybil, porque ella era siempre un buen ariete contra las murallas de sus defensas. Pero siempre podía caer luchando.
- •Vimes oyó como Zanahoria escarbaba en la penumbra, y el sonido de una llave en la cerradura.
- •Vimes suspiró.
- •Vaciló y luego quitó la cuerda de campana de encima del ataúd. Igor reapareció, a la manera de los Igors.
- •Vimes se agachó y miró los pedazos de cristal.
- •Vimes se pasó la mañana siguiente intentado aprender sobre dos países extranjeros. Uno de ellos resultó llamarse Ankh-Morpork.
- •Vimes probó suerte, pero sabía que para hablar verdadero enanés necesitabas toda una vida de estudio y, para hacerlo factible del todo, una grave infección de garganta.
- •Vetinari le estaba arrojando a los lobos. Y a los enanos. Y a los vampiros. Vimes se estremeció. Y Vetinari nunca hacía nada sin una razón.
- •Igor asintió.
- •Vimes sonrió interiormente. Recordaba el dicho de su niñez: demasiado pobre para pintar, pero demasiado orgulloso para encalar…
- •Vimes tuvo una visión mental del Guardia Swires, un gnomo de quince centímetros de alto, pero de dos kilómetros de largo en agresividad contenida.
- •Vimes asintió. Por supuesto, la mayoría de la gente se preocupaban de algo si estaban trabajando con Nobby. Solían mirar mucho los relojes.
- •Vetinari miró alrededor. Una mano se movía desesperadamente ante él desde detrás de un banco volcado.
- •Vetinari suspiró de nuevo:
- •Volvió a tapar el sulfuro y olfateó el aire de la fábrica. Olía a goma líquida, que es un olor muy parecido al de gatos con incontinencia.
- •Visita le observó. Los labios de Zanahoria se movieron ligeramente mientras leía.
- •Vimes miró abatidamente por la ventana.
- •Vimes sacudió la cabeza. Eso eran los mensajes sin significado: telepatía sin cerebro.
- •Vimes odiaba y despreciaba los privilegios de su rango, pero había de admitir esto: al menos comportaban que los podías odiar y despreciar cómodamente.
- •Vimes miró el papel.
- •Vimes se acercó al otro carruaje, metió la cabeza dentro y comentó:
- •Vimes ayudó a Sybil a bajar del carruaje.
- •Vimes recorrió con la mirada las caras. Parecían mas sorprendidas que enfadadas, aunque vio un par de enanos en un rincón que estaban absolutamente descontentos.
- •Iñigo suspiró.
- •Iñigo se tocó un mechón de pelo.
- •Vimes levantó la mirada hacia el cartel de la posada. Toscamente pintada había una gran cabeza roja completada con trompa y colmillos.
- •Varios centenares de enanos, en línea de cuatro, estaban trotando a través de la blanca llanura hacia ellos. Tenían, pensó Vimes, un aire de severa determinación.
- •Volvieron veinte minutos después. Angua volvía a ser humana (al menos volvía a tener forma humana, se corrigió Gaspode) y los lobos estaban aparejados a un gran trineo para perros.
- •Vimes miró por la ventana. Había media docena de guardias, y efectivamente llevaban alabardas.
- •Vimes subió las escaleras y siguió el ruido de conversación hasta que llegó al dormitorio, donde Sybil estaba tendiendo la ropa en una cama del tamaño de un pequeño país. Cheery la ayudaba.
- •Vimes cortó una salchicha y miró.
- •Vimes descubrió que bostezaba.
- •Iñigo suspiró.
- •Vimes entró. Los enanos cerraron la puerta, dejándoles en la habitación, que estaba iluminada por una sola vela.
- •Imagínatelo como mucha gente dirigiéndose hacia algo que una hilera de personas estaba… guardando.
- •Vimes continuó callado. Dee era mejor que Lo He Hecho Duncan.
- •Vimes se giró. Un enano, bajo hasta para los estándares enanos, estaba plantado a su espalda. Parecía esperar una réplica.
- •Vimes miró las arrugadas cartas que el Rey le había metido en la mano. A la luz del día pudo ver la fina escritura en un rincón. Eran sólo cuatro palabras: ¿a medianoche, nos vemos?
- •Vimes vio las imágenes en su mente mientras Cheery se lo explicaba…
- •Igor abrió una puerta interior mientras Tantony casi se iba corriendo del vestíbulo.
- •Igor dejó un plato de pastas y salió arrastrándose de la habitación.
- •Igor se arrastró hasta un amplio vestíbulo, una de cuyas paredes la ocupaba mayormente una chimenea, y se despidió con una reverencia.
- •Vimes decidió explorar todo el horror de la situación. Le apartaba la mente de los trofeos que faltaban.
- •Vimes volvió a subir al carruaje e, intentando no mirar a Sybil, levantó uno de los asientos, sacando la espada que había escondido allí.
- •Vimes había sacado el cohete de su tubo. Miró a Iñigo interrogativamente.
- •Vimes se rindió y le explicó lo poco que sabía.
- •Vimes entró en la embajada y convocó a Detritus y a Cheery.
- •Vimes empujó una de las palancas. Una minúscula trampilla se abrió y la cabeza más pequeña que Vimes hubiera visto que pudiera hablar hizo:
- •Iñigo acaba de volver a entrar en la habitación cuando oyó que llamaban a la puerta en la planta baja.
- •Vimes vio el asentimiento de Cheery.
- •Vimes miró el papel que le ofrecían. Era marrón y bastante rígido. Estaba cubierto de runas.
- •Vimes se quedó mirando. Se perdía en cualquier canción que fuera más compleja que las que tienen títulos del tipo «¿Dónde Se Han Ido Todas Las Natillas (La Gelatina No Es Lo Mismo)?».
- •Vimes levantó la mirada. Algo cálido, como una gota de mantequilla fundida, le golpeó la mejilla. Mientras se la limpiaba, vio las sombras moverse.
- •Vimes se despertó en la oscuridad. Parpadeó y se tocó los ojos para asegurarse de que estaban abiertos.
- •Vimes vaciló.
- •Vimes pensó de la malvada minúscula arma que había en la almohada.
- •Vimes tomó un puñado de nieve, y cuando levantó la vista, un copo se fundió en su cara. Sonrió en la oscuridad. La luciérnaga iluminó sólo el extremo de unas escaleras en espiral fijadas a la roca.
- •Vimes se dio cuenta de que era un hombre muerto bañándose. Lo podía ver en los ojos de Wolf.
- •Veamos, ¿cómo pensaría un hombre lobo?
- •Vimes guiñó los ojos. Una alta figura vestida de negro estaba sentada en el bote.
- •Vimes se acercó al borde del témpano e intentó impulsarse fuera del agua, pero el hielo crujió amenazadoramente bajo su peso y varias grietas zigzaguearon por su superficie.
- •Vimes levantó la vista. La sangre le corría por los brazos. El aire olía a huevos podridos. Y allí, encima de una colina, a un quilómetro y medio o algo así, estaba la torre del telégrafo.
- •Vimes gruñó. Ni los asesinos se merecían una muerte así.
- •Vimes se enfureció. ¡Se suponía que no habían de hacer algo así!
- •Vimes juntó las piernas y se columpió en la rama mientras el hombre lobo subía. Lo cazó con un golpe en la oreja y, cuando la criatura levantó la mirada, consiguió darle otro golpe justo en la nariz.
- •Vimes agarró una rama rota.
- •Vimes vaciló, con el garrote levantado.
- •Vimes apartó a Zanahoria cuando intentó ayudarle a ponerse en pie.
- •Vimes se giró cuando escuchó un débil sonido a su espalda.
- •Vimes se detuvo.
- •Vimes bajó la mirada. Estaban plantados encima de un enrejado.
- •Vimes apareció arriba. Había sangre en su camisa, y encostrada en un lado de su cara. Para horror del capitán, empezó a bajar las escaleras.
- •Vimes sintió un hilillo de hielo supercalentado bajar por su columna vertebral.
- •Vimes, aún luchando por respirar, sin decir una palabra le pasó las llaves a Zanahoria.
- •Vimes se acercó al tembloroso Tantony y le palmeó en un hombro.
- •Vimes miró al otro lado del puente levadizo. Unas figuras se amontonaban en la oscuridad: la luz de las antorchas brilló en las armaduras y las armas que bloqueaban el camino.
- •Vimes estaba impresionado con la Baronesa, que se defendía en un rincón.
- •Vimes miró los enanos. Estaban fascinados, y uno o dos vocalizaban las palabras.
- •Vimes oyó como los enanos de detrás se quedaban sin respiración.
- •Vimes señaló la masa de enanos que tenía detrás.
- •Voy a ser afortunado si salgo de aquí vivo, ¿verdad?
- •Vimes pudo ver como la piel de las manos del enano se ponía blanca al intentar apartarlas de la piedra.
- •Vimes vio que Cheery, para su sorpresa, parpadeaba como consecuencia de las lágrimas.
- •Vimes recordó la expresión de la cara de Albrecht.
- •Vimes parpadeó. Su cerebro se había rendido finalmente. Ya no quedaba nada. No estaba seguro de ni siquiera poderse poner en pie.
- •Vimes intentó centrarse en su mujer, que, inexplicablemente, parecía estar muy lejos.
- •Igor miró hacia abajo desde arriba de la carroza.
- •Vimes entró arrastrándose en el dormitorio. Sybil llevaba otro vestido azul, una tiara y una expresión tirante.
- •Vimes se vistió a toda prisa, con la oreja atenta a…
- •Vimes bajó la espada e intentó relajarse.
- •Vimes encontró una sábana en una de las cajas rotas, y rasgó una larga tira. Luego cogió la ballesta de las manos de su esposa.
- •Vimes abrió la boca para decir «Eso que llevas, capitán, ¿es un uniforme o un bonito disfraz?», pero se detuvo a tiempo.
- •Vimes notó la mirada del hombre fija en la parte trasera de su cuello mientras se iba.
- •Vimes sostuvo su mirada un momento, y luego le palmeó el hombro.
- •Vimes se subió al carruaje con furiosa velocidad.
- •Vimes abrió las puertas del vestidor.
- •Vio la sonrisa de Angua y se preguntó si Sybil se lo había contado.
Vimes empujó una de las palancas. Una minúscula trampilla se abrió y la cabeza más pequeña que Vimes hubiera visto que pudiera hablar hizo:
—¿Sí?
—Eso conocerlo —dijo Detritus—. ¡Ser un nano-demonio! ¡Costar más de cien dólares! ¡Ser muy pequeños!
—¡Nadie me ha dado ni una jodida miga de pan en dos semanas! —chilló el demonio.
—Es un iconógrafo tan pequeño que cabe en un bolsillo —dijo Vimes—. A medida de un espía… Es tan malo como la condenada ballesta de un disparo de Iñigo. Y mirad…
Unos escalones llevaban hacia abajo. Los bajó con cuidado y abrió la pequeña puerta que había al final. Un calor húmedo le azotó la cara.
—Pásame una vela, por favor, cariño —dijo. Y con su luz pudo ver una largo y húmedo túnel. Oxidadas cañerías, que exhalaban vapor en cada junta se alineaban en la pared del fondo.
—Un camino para salir y entrar sin que nadie le viera —dijo—. En qué mundo tan sucio vivimos…
Las nubes había cubierto el cielo y el viento azotaba gruesos copos de nieve contra la torre cuando Iñigo terminó de instalar el cohete rojo en la plataforma, debajo de las grandes contraventanas.
Encendió un par de cerillas, pero el viento las apagó antes de que ni siquiera pudiera rodearlas con las manos.
—Maldición. Mmm, mmm.
Bajó por la escalera hasta el interior cálido de la torre. Sería mejor pasar la noche aquí, pensó, mientras rebuscaba por los cajones. La noche no le daba miedo, pero esta tormenta tenía la impresión de traer otra gran nevada y los caminos de montaña serían pronto traicioneros.
Finalmente se le ocurrió una idea y abrió la puerta del fogón y sacó un tronco que se consumía lentamente con las tenazas.
Se reavivó en una llama cuando lo llevó a la parte superior de la torre, y lo apoyó contra el agujero que había en la base del cohete.
La bengala salió disparada con un zup que se perdió en el viento. Remontó el vuelo invisiblemente entre la nieve hasta que, unos segundos después, explotó unos cientos de metros encima de su cabeza, liberando un breve e intenso brillo rojo encima de los bosques.
Iñigo acaba de volver a entrar en la habitación cuando oyó que llamaban a la puerta en la planta baja.
Se quedó quieto. Había una ventana con contrafuertes a su altura: los diseñadores de la torre al menos habían pensado en que sería una buena idea poder mirar hacia abajo y ver quién llamaba.
No había nadie.
Cuando volvió a la habitación, volvieron a llamar.
No había cerrado la puerta después de que Vimes se fuera. Demasiado tarde para lamentarlo. Pero Iñigo Skimmer se había educado en una academia que hacía que la Escuela de Duros Golpes a la Puerta pareciera un cajón de arena.
Encendió una vela y bajó lentamente la escalera hacia la oscuridad, con las sombras huyendo y bailando entre las pilas de provisiones.
Con la vela puesta encima de una caja, sacó la ballesta de un disparo de su capa y, con esfuerzo, la encajó en la pared. Luego flexionó el brazo izquierdo y sintió como la daga de mano se deslizaba hasta su posición.
Golpeó las talones de una forma determinada y notó como las pequeñas cuchillas surgían de las punteras de sus zapatos.
E Iñigo se agachó y se preparó para esperar.
Detrás de él, algo apagó la vela.
Mientras se giraba, y la ballesta de un disparo zumbaba en la oscuridad, y la daga de mano segaba sólo el aire, se le ocurrió a Iñigo Skimmer que se podía llamar a ambos lados de una puerta.
Eran, de verdad, muy listos.
—Mmm, m…
Cheery giró sobre sí misma gracilmente, o al menos lo intentó. No era un movimiento natural entre los enanos.
—Tienes un aspecto… magnífico —dijo Lady Sybil—. Y llega hasta el suelo. No creo que nadie se pueda quejar.
A menos que tuviera un mínimo sentido de la moda, tuvo que admitir. El problema era que las… bueno, había de pensar en ellas como las nuevas enanas, no se habían decidido por un look determinado.
La propia Lady Sybil llevaba normalmente vestidos de gala de azul claro, un color que escogían a menudo las damas de una cierta edad y cintura para combinar el máximo de discreto estilo con el mínimo de visibilidad. Pero las enanas habían oído hablar de las lentejuelas. Parecían haber decidido en su interior que si iban a revolucionar miles de años de subterránea tradición, no lo iban a hacer sin un maldito conjunto y perlas.
—Y el rojo está bien —dijo Lady Sybil sinceramente—. El rojo es un color muy bonito. Es un vestido rojo muy bonito. Eh. Y las plumas. Eh. Y la bolsa para llevar el hacha, eh…
—¿No es lo suficiente brillante? —preguntó Cheery.
—No! No… si yo fuera a llevar un hacha enorme en mi espalda para una reunión diplomática, creo que querría que brillara también. Eh. Es una hacha muy grande, sin duda —terminó débilmente.
—¿Cree que estaría mejor una más pequeña? ¿Para llevar por la noche?
—Eso sería un principio, sí.
—¿Quizás con unos cuantos rubíes en la empuñadura?
—Sí —dijo Lady Sybil con una vocecita—. ¿Por qué no, después de todo?
—¿Y yo, señora? —tronó Detritus.
Igor sin duda había estado a la altura de las circunstancias, aplicando a una serie de trajes encontrados en los guardarropas de la embajada las mismas pioneras habilidades quirúrgicas que usaba en desafortunados leñadores y otra gente que había conocido demasiado de cerca una sierra de correa. Había tardado sólo noventa minutos en construir algo alrededor de Detritus. Sin duda era un traje de gala. No podías salir con él a la luz del día. El troll parecía una pared con una pajarita.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Lady Sybil, apuntando a lo seguro.
—Apretarme un poco en… ¿Cómo llamarse esta parte?
—No tengo la menor idea —dijo Lady Sybil.
—Hacerme ir dando bandazos —dijo Detritus—. Pero sentirme muy diplomático.
—La ballesta no la puedes llevar —dijo Lady Sybil.
—Ella llevar su hacha —dijo Detritus acusadoramente.
—Las hachas de los enanos son aceptadas como armas culturales —dijo Lady Sybil—. No conozco la etiqueta de por aquí, pero supongo que podrías ir con una maza —Después de todo, añadió para sí misma, no es que nadie vaya a intentar quitártela.
—¿La ballesta no ser cultural?
—Me temo que no.
—Yo poder ponerle, no sé, brillantina.
—No sería suficiente, diría yo… Oh, Sam…
—¿Sí, cariño? —dijo Vimes, bajando las escaleras.
—Ese es tu uniforme de gala de la Guardia. ¿Y tu traje ducal?
—No lo he podido encontrar en ningún sitio —dijo Vimes inocentemente—. Creo que la maleta debe haberse caído en el paso, cariño. Pero llevo un yelmo con plumas, y Igor le ha dado brillo al peto hasta que ha podido ver su cara en él, aunque no veo por qué —se desanteló ante la expresión de su esposa—. Duque es un término militar, cariño. Ningún soldado iría a la guerra con medias. No si pensara que puede caer prisionero.
—Encuentro esto muy sospechoso, Sam.
—Detritus me apoyará en esto —dijo Vimes.
—Sí, señor —retronó el troll—. Sin duda haberme dicho que dijera eso.
—Bueno, creo que deberíamos irn… Por todos los dioses, ¿eres Cheery?
—Sí, señor —dijo Cheery nerviosamente.
Bueno, pensó Vimes, viene de una familia en la que la gente va a afrontar explosiones con ropas raras muy lejos de la luz del sol.
—Muy bonito —dijo.
Había lámparas encendidas por todo el túnel que llevaba a lo que Vimes ya consideraba el Joder Subterráneo. Los guardias enanos hicieron una seña a la carroza dejándola pasar tras un mero vistazo al escudo de Ankh-Morpork. Los que estaban alrededor del ascensor gigante parecieron más dubitativos. Pero Sam Vimes había aprendido mucho mirando a Lady Sybil. No es que ella actuara así, pero había nacido para eso en una clase que siempre se comportaba de esta manera: iba por el mundo como si no hubiera ninguna posibilidad de que alguien te parara o te hiciera preguntas, y la mayoría de veces funcionaba.
Había más gente en el ruidoso ascensor mientras bajaban. La mayoría eran diplomáticos que Vimes no reconoció, pero ahora había también, en una esquina acordonada, un cuarteto de músicos enanos que tocaban una tranquila pero algo molesta música que taladró el cerebro de Vimes todo el camino.
Cuando las puertas se abrieron, oyó la expresión de alarma de Sybil.
—¡Creí que habías dicho que era como una noche estrellada lo de aquí debajo, Sam!
—Eh, parece que han encendido unas cuantas luces más…
Miles de velas ardían en soportes por todas las paredes de la enorme caverna, pero eran las lámparas de araña lo que atrapaba la atención. Había como una veintena, de al menos cuatro pisos de alto cada una. Vimes, siempre listo para ver los alambres detrás del humo y los espejos, distinguió a los enanos trabajando en grúas y las cestas de velas nuevas que bajaban desde agujeros en el techo. Si el Quinto Elefante no era un mito, esta noche debían de estar quemando al menos uno de sus dedos.
—¡Su Gracia! —Dee avanzaba a través de la multitud.
—Ah, Catador de Ideas —dijo Vimes, mientras el enano se aproximaba— permíteme presentarte la Duquesa de Ankh… Lady Sybil.
—Uh… eh… sí… claro… es un placer conocerla —murmuró Dee, cogido con las defensas bajas por la encantadora ofensiva—. Pero, eh…
Sybil había entendido el código. Vimes detestaba la palabra «Duquesa», así que si la usaba es porque quería que ella duqueseara a todo el mundo. Envolvió la puntiaguda cabeza de Dee con su deliciosa Duquesez.
—¡Señor Dee, Sam me ha hablado tanto de usted! —gorjeó—. ¡Creo haber entendido que usted es el hombre…
—… enano… —siseó Vimes.
—… enano que ocupa el puesto de confianza de Su Majestad! ¡Por favor, ha de decirme como han conseguido una iluminación tan maravillosa!
—Eh, con muchas velas —murmuró Dee, mirando furiosamente a Vimes.
—Creo que Dee quiere discutir un asunto político conmigo, cariño —dijo Vimes suavemente, poniendo su mano en el hombro del enano—. Si me haces el favor de llevar a los otros abajo, me reuniré contigo enseguida, estoy seguro —y supo que ningún poder del mundo evitaría que Sybil barriera en la recepción. Esa mujer podía barrer. Las cosas se quedaban barridas después de que ella hubiera pasado.
—¡Habéis traído un troll, habéis traído un troll! —murmuró Dee.
—Y es un ciudadano de Ankh-Morpork, recuérdalo —dijo Vimes—. Está cubierto por la inmunidad diplomático y un traje bastante malo.
—Incluso así…
—No hay «incluso así» que valga —dijo Vimes.
—¡Estamos en guerra con los trolls!
—Bueno, de esto va la diplomacia, ¿no? —dijo Vimes—. ¿No es una forma de dejar de estar en guerra? De todas formas, creo que la guerra dura quinientos años, así que no hay duda que ninguno lo está intentando con todas sus fuerzas.
—¡Habrá quejas al más alto nivel!
Vimes suspiró.
—¿Más? —dijo.
—¡Algunos dicen que Ankh-Morpork está haciendo deliberadamente alarde de su maldad ante el Rey!
—¿El Rey? —dijo Vimes amablemente—. Todavía no es exactamente el Rey, ¿no? No hasta la coronación, que involucra un determinado… objeto…
—Sí, pero por supuesto eso es una mera formalidad.
Vimes se acercó.
—Pero no lo es, ¿verdad? —dijo suavemente—. Es la cosa y el todo. Sin la magia, no hay rey. Sólo alguien como tú, incomprensiblemente dando órdenes.
—¿Alguien llamado Vimes me da clases sobre la realeza? —preguntó Dee mezquinamente.
—Y sin la cosa, todas las apuestas se cancelan —dijo Vimes—. Habrá una guerra. Explosiones bajo tierra.
Se oyó un pequeño sonido mientras sacaba su reloj y lo miraba.
—Santo cielo, es medianoche —dijo.
—Seguidme —murmuró Dee.
—¿Me vas a llevar a ver algo? —preguntó Vimes.
—No, Vuestra Excelencia. Os voy a llevar a ver donde algo no está.
—Ah. Entonces quiero que venga la Cabo Pequeñotrasero.
—¿Esa? ¡Jamás! Eso sería un sacrilegio…
—No, no lo sería —dijo Vimes—. Y eso es porque ella no vendrá con nosotros, porque nosotros no vamos a ir, ¿no es verdad? Sin duda tú no vas a confiar en la representación de una fuerza potencialmente hostil y no le vas a revelar que a tu castillo de naipes le falta una carta en la base, ¿verdad? Por supuesto que no. No estamos teniendo esta conversación. Durante la hora siguiente más o menos nosotros estaremos mordisqueando manjares en esa habitación. Ni siquiera acabo de decir esto, y tú no me has oído decirlo. Pero la Cabo Pequeñotrasero es la mejor oficial para la escena del crimen que tengo, y por eso quiero que venga con nosotros.
—Habéis expuesto vuestras razones, Vuestra Excelencia. Gráficamente, como siempre. Id a buscarla.
Vimes encontró a Cheery espalda contra espalda, o al menos espalda con rodillas, con Detritus. Estaban rodeador por un anillo de curiosos. Cada vez que Detritus levantaba la mano para sorber su bebida, los enanos más cercanos saltaban hacia atrás.
—¿Dónde vamos, señor?
—A ningún sitio.
—Ah. Ese tipo de sitios.
—Pero las cosas han mejorado —dijo Vimes—. Dee ha descubierto un nuevo pronombre, aunque lo escupa.
—¡Sam! —dijo Lady Sybil, avanzando entre el gentío—. ¡Van a representar Hachasangrienta y Martillodehierro! ¿No es maravilloso?
—Eh…
—Es una ópera, señor —susurró Cheery—. Forma parte del Ciclo Koboldeano. Es histórica. Cada enano se la conoce de memoria. Es sobre cómo tenemos leyes, y reyes… y la Torta, señor.
—Yo canté la parte de Martillodehierro cuando la representamos en la Escuela38 —dijo Lady Sybil—. No la versión entera que dura cinco semanas, por supuesto. Sería maravillosa verla representada aquí. Es uno de los grandes romances de la historia.
—¿Romances? —preguntó Vimes—. ¿Como… una historia de amor?
—Sí, por supuesto.
—Hachasangrienta y Martillodehierro eran los dos… eh… no eran los dos… —empezó Vimes.
—Los dos eran enanos, señor —terminó Cheery.
—Ah. Por supuesto —Vimes se dio por vencido. Todos los enanos eran enanos. Si intentabas entender su mundo desde un punto de vista humano todo iba mal.
—Eh, disfruta, cariño. Yo tengo que… El Rey quiere que… Simplemente estaré en otro sitio durante un rato. Política…
Se apresuró a irse, con Cheery siguiéndole detrás.
Dee los guió por túneles oscuros. Cuando la ópera empezó, era sólo un susurro distante, como el mar en una vieja concha.
Finalizaron se pararon al borde de un canal, con sus aguas chapoteando en la oscuridad. Un pequeño bote estaba amarrado ante un guardia. Dee los urgió a subir.
—Es importante que entendáis lo que vais a ver, Vuestra Gracia —dijo Dee.
—Prácticamente nada —dijo Vimes—. Y creía que tenía buena visión nocturna.
Hubo un tintineo en la oscuridad, y una lámpara se encendió. El guardia dirigió el bote bajo un arco hacia un pequeño lago. Lejos del túnel de entrada, las paredes se elevaban completamente perpendiculares.
—¿Estamos en el fondo de un pozo? —preguntó Vimes.
—Esa es una buena manera de describirlo —Dee rebuscó debajo de su asiento. Sacó un metálico cuerno curvado y emitió una nota que rebotó en las paredes de piedra.
Después de unos segundos, otra nota bajó flotando de arriba. Hubo un sonido, como de pesadas y antiguas cadenas.
—Este es un elevador bastante directo comparado con algunos en las montañas —explicó Dee, mientras un disco de acero caía ante la entrada, sellándola—. Hay uno de ochocientos metros de alto que precisa de una serie de barcas.
El agua empezó a bullir a los lados del bote. Vimes vio cómo las paredes empezaban a hundirse.
—Este es el único camino que lleva a la Torta —dijo Dee, detrás de él.
El bote daba sacudidas en la burbujeante agua y las paredes estaban borrosas.
—El agua es desviada hacia depósitos cerca de las cimas. Luego, es simplemente cuestión de abrir y cerrar esclusas, ¿veis?
—Sí —murmuró Vimes, experimentando vértigo y mareo servido en un paquete todo-en-uno de color verde.
Las paredes disminuyeron su velocidad. El bote dejó de sacudirse. El agua los elevó suavemente encima del borde del pozo hacia un pequeño canal donde había un muelle.
—¿Hay guardias debajo? —consiguió preguntar Vimes, poniendo el pie sobre la piedra benditamente sólida.
—Normalmente hay cuatro —dijo Dee—. Esta noche he… arreglado las cosas. Los guardias lo han entendido. Nadie está orgulloso de esto. Debo deciros que desapruebo fervientemente esta iniciativa.
Vimes paseó la mirada por la nueva cueva. Un par de enanos estaban encima de un reborde piedra que dominaba lo que ahora era una plácida piscina. Por lo que parecía, eran los que accionaban la maquinaria.
—¿Proseguimos? —preguntó el enano.
Había un pasaje que salía de la cueva y que rápidamente se estrechó. Vimes tuvo que casi doblarse por la mitad durante un trozo. En un momento, láminas de acero tintinearon bajo sus pies, y notó como se desplazaban ligeramente. Luego se pudo casi enderezar de nuevo, pasando bajo un arco, y allí…
O los enanos habían encontrado una enorme geoda o habían recubierto con gran cuidado esta pequeña cueva con cristales de cuarzo, pero el resultado era que todas las paredes reflejaban la luz de las dos pequeñas velas que se erguían encima de dos pilares en mitad del suelo arenoso. El efecto deslumbró hasta a Vimes después de la oscuridad de los túneles.
—Contemplad —dijo Dee lóbregamente— donde la Torta debería estar.
Una piedra redonda y plana, a medio camino entre las velas y de sólo unos centímetros de alto, claramente no estaba sosteniendo nada.
Detrás de él, el agua emergía burbujeando de un cuenco natural y se dividía en dos riachuelos que fluían alrededor de la torta y desparecían nuevamente en otra chimenea de piedra.
—Muy bien —dijo Vimes—. Cuéntamelo todo.
—Se informó de que faltaba hace tres días —dijo Dee—. Dormilón Dedodelóriga descubrió que había desaparecido cuando entró a cambiar las velas.
—Y su trabajo es…
—Capitán de Velas.
—Ah
—Es un cargo de mucha responsabilidad.
—He visto las lámparas de araña. ¿Y cada cuánto entra aquí?
—Entraba cada día.
—¿Entraba?
—Ya no ocupa su cargo.
—¿Porque es el principal sospechoso?
—Porque está muerto.
—¿Cómo ha ocurrido? —preguntó Vimes, lenta y deliberadamente.
—Se… quitó la vida. Estamos seguros de ello porque tuvimos que echar abajo la puerta de su cueva. Había sido Capitán de Velas durante sesenta años. Creo que no pudo soportar la idea de que sospecharan de él.
—A mí me parece un posible sospechoso.
—No robó la Torta. Sabemos hasta ahí.
—Pero la ropa que vosotros lleváis pueden esconder casi cualquier cosa. ¿Le registraron?
—¡Por supuesto que no! Pero… os lo enseñaré —dijo Dee. Volvió al estrecho corredor de suelo metálico—. ¿Podéis verme, Vuestra Excelencia?
—Sí, por supuesto.
El suelo vibró mientras Dee volvía.
—Ahora voy a llevar algo… Vuestro yelmo, si me permitís. Sólo para la demostración.
Vimes se lo entregó. El Catador de Ideas volvió al corredor. Cuando estaba por la mitad, sonó un gong y dos rejas de metal cayeron del techo. Unos segundos después los guardias aparecieron en la reja más alejada, mirando recelosamente.
Dee les dijo algo. Las caras se esfumaron. Tras unos momentos las rejas se elevaron lentamente.
—El mecanismo es complejo y bastante viejo, pero lo mantenemos en perfecto estado de funcionamiento —dijo, devolviendo a Vimes su yelmo—. Si se lleva más peso al salir que al entrar, los guardias querrán saber por qué. Es inevitable. Es preciso hasta con pesos de poco más de treinta gramos, y no viola la privacidad. La única forma de pasarlo sería volando. ¿Pueden volar los ladrones, Vuestra Excelencia?
—Depende de qué tipo sean —dijo Vimes distraídamente—. ¿Quién más entra?
—Cada seis días, yo mismo y dos guardias inspeccionamos la cámara. La última inspección fue hace cinco días.
—¿Entra alguien más? —preguntó Vimes. Se dio cuenta de que Cheery había cogido un puñado de la blancuzca arena que formaba el suelo de la Cueva de la Torta y la había dejado correr entre sus dedos.
—No últimamente. Cuando el nuevo rey es coronado, por supuesto, la Torta se lleva para propósitos ceremoniales.
—¿Sólo tenéis esta arena blanca aquí?
—Sí. ¿Es eso importante?