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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes entró. Los enanos cerraron la puerta, dejándoles en la habitación, que estaba iluminada por una sola vela.

—¿Algún tipo de sala de espera? —preguntó Vimes.

Algo en algún sitio lejano hizo clonk. El suelo tembló durante un instante y entonces Vimes tuvo una inquietante sensación de movimiento.

—¿La habitación se mueve? —preguntó.

—Sí, señor. Probablemente varios cientos de metros hacia abajo. Creo que lo hacen todo mediante contrapesos.

Se quedaron en silencio, inseguros sobre lo que habían de decir, mientras las paredes a su alrededor crujían y gemían. Entonces todo traqueteó, notaron una sensación de peso, y la habitación dejo de moverse.

—Dondequiera que nos dirijamos, ten los oídos abiertos —dijo Vimes—. Algo pasa, lo puedo notar.

La puerta se volvió a deslizar. Vimes miró al cielo nocturno, bajo tierra. Las estrellas estaban en todo su alrededor… debajo de él…

—Creo que hemos bajado demasiado —dijo. Y entonces su cerebro interpretó lo que sus ojos habían visto. La sala con movimiento les había llevado a algún sitio en el costado de una enorme cueva. Estaba mirando las luces de un millar de velas, dispersas por el suelo de la caverna y por las otras galerías. Ahora que podía entender la escala de las cosas, se dio cuenta que muchas de ellas se movían.

El aire estaba lleno de un pesado sonido, hecho de miles de voces repetidas por el eco una y otra vez. De tanto en tanto un grito o una risa se elevaba sobre el resto, pero en su mayoría era sólo un mas de sonido interminable chocando azotando las playas del tímpano.

—Pensaba que tu pueblo vivía en pequeñas minas —comentó Vimes.

—Bueno, yo pensaba que los humanos vivían en pequeñas cabañas, señor —dijo Cheery, cogiendo una vela de una gran estantería al lado de la puerta y encendiéndola. Y entonces vi Ankh-Morpork.

Había algo familiar en la forma en la que las luces se movían. Una constelación entera se dirigía hacia una pared invisible, donde la luz reflejaba indicaba, muy vagamente, la boca de un gran túnel. Ante él había una hilera de luces.

Imagínatelo como mucha gente dirigiéndose hacia algo que una hilera de personas estaba… guardando.

—La gente aquí abajo no es feliz —dijo Vimes—. Son como una turba. Fíjate, lo puedes afirmar por la forma en que se mueven.

—¿Comandante Vimes?

Se giró. En la oscuridad adivinó las figuras de varios enanos, cada uno con una vela sujeta en el casco. Ante ellos había, presumiblemente, otro enano.

Había visto enanos así en Ankh-Morpork, pero siempre escabulléndose. Éste era un enano de grandes profundidades.

La túnica que llevaba estaba hecha de placas de cuero solapadas. En lugar del pequeño y redondo casco de hierro con el que Vimes siempre había pensado que los enanos nacían, llevaba un puntiagudo sombrero de cuero con más solapas de cuero a su alrededor. La de delante había sido levantada y sujetada, permitiendo a su portador mirar el mundo, o al menos la parte de él que estuviera bajo tierra. El efecto general era el de un cono móvil.

—Esto, sí, ese soy yo —dijo Vimes.

—Sed bienvenido a Schmaltzberg, Su Excelencia. Yo soy el jar’ahk’haga del Rey, lo que en vuestra lengua sería un…

Pero los labios de Vimes se habían movido deprisa, mientras intentaba traducir.

—¿Catador… de Ideas? —dijo.

—¡Ja! Eso sería una forma de decirlo, sí. Mi nombre es Dee. ¿Me haréis el honor de seguirme? Esto no nos llevará mucho.

La figura se deslizó. Uno de los otros enanos animó a Vimes muy educadamente a que lo siguiera.

El sonido que se oía lejos bajo sus pies se redobló. Alguien estaba aullando.

—¿Hay algún problema? —preguntó Vimes, alcanzando al veloz Dee.

—No tenemos ningún problema.

Ah, ya me ha mentido, pensó Vimes. Estamos siendo diplomáticos.

Vimes siguió al enano a través de más cuevas. O túneles… era difícil decirlo, porque en la oscuridad Vimes sólo podía confiar en el sentido de espacio a su alrededor. De tanto en tanto pasaban por delante de la iluminada entrada a otra cueva o túnel. Varios guardias, con velas en sus cascos, estaban plantados a un lado y al otro.

Su bien afinado radar de policía le enviaba mensajes continuos. Algo malo estaba sucediendo. Podía oler la tensión, la sensación de silencioso pánico. El aire estaba cargado de todo eso. A veces se cruzaban con otros enanos, distraídos, que se dirigían hacia alguna misión. Algo muy malo. La gente no sabía qué hacer a continuación, así que intentaban hacerlo todo. Y, en medio de eso, oficiales de importancia habían de dejar lo que estuvieran haciendo porque un idiota de una lejana ciudad tenía que entregar un papel.

Finalmente una puerta se abrió en la oscuridad. Llevaba a una cueva enorme y vagamente oblonga que, con sus paredes llenas de libros alineados y mesas sembradas de papeles, tenía todo el aspecto de una oficina.

—Por favor, sentaos, comandante.

Alguien encendió una cerilla, con la que prendió una vela, completamente sola y perdida en la oscuridad.

—Intentamos que los invitados se sientan bienvenidos —explicó Dee, refugiándose detrás de su mesa. Se sacó el sombrero puntiagudo y, para sorpresa de Vimes, se puso un par de gruesas gafas ahumadas.

—¿Lleváis papeles? —preguntó. Vimes se los dio.

—Aquí dice «Vuestra Gracia» —comentó el enano, después de leerlos durante un rato.

—Sí, ese soy yo.

—Y hay un «Sir».

—Ese soy yo, también.

—Y un «Excelencia».

—Eso me temo —Vimes achicó los ojos—. Fui encargado de la pizarra durante un tiempo, también.

Se oyó el ruido de voces enfadadas desde detrás de una puerta en el extremo opuesto de la habitación.

—¿Qué hace un encargado de la pizarra? —preguntó Dee, levantando la voz.

—¿Qué? Ehh, tenía que limpiar la pizarra después de las clases.

El enano asintió. Las voces crecieron en intensidad, más fuertes. El enanés era una lengua fantástica para estar enfadado.

—¡Borrando los conocimientos después de que fueran aprendidos! —dijo Dee, gritando para ser oído.

—Ehh, ¡sí!

—¡Una tarea que sólo se encarga a los dignos de confianza!

—¡Podría ser, sí!

Dee dobló la carta y la devolvió a Vimes, mirando de reojo brevemente a Cheery.

—Bueno, parece estar en orden —dijo—. ¿Queréis tomar una copa antes de iros?

—¿Perdón? Pensé que había de presentarme ante vuestro rey.

Las maldiciones del otro lado de la puerta estaban a punto de incendiar la madera.

—Oh, eso no será necesario —dijo Dee—. En estos momentos no debería ser molestado con…

—… ¿asuntos triviales? —dijo Vimes—. Pensé que así era cómo se habían de hacer las cosas. Creía que los enanos siempre hacían lo que se ha de hacer.

—Por el momento no… sería aconsejable —dijo Dee, levantando la voz otra vez por encima del ruido—. Estoy seguro de que lo entenderéis.

—Asumamos que yo soy muy estúpido —dijo Vimes.

—Os aseguro, Su Excelencia, que lo que yo veo, lo ve el Rey, y lo que yo oigo, lo oye el Rey.

—Esto es verdaderamente cierto ahora, ¿no?

Dee tamborileó con los dedos la mesa.

—Vuestra Excelencia, sólo he pasado el tiempo suficiente en vuestra… ciudad para hacerme un idea que vuestras formas de actuar, pero creo que se podría pensar que os estáis burlando de mí.

—¿Puedo hablar libremente?

—Por lo que he oído, Vuestra Encargadencia, es lo que soléis hacer.

—¿Habéis encontrado la Torta de Piedra ya?

La expresión en la cara de Dee le indicó a Vimes que había acertado. Y que, casi seguro, la próxima cosa que el enano diría sería otra mentira.

—¡Que cosa más extraña y falsa que decís! ¡No hay ninguna posibilidad de que la Torta pueda haber sido robada! ¡Esto ha sido confirmado oficialmente! ¡Esa es una mentira que no nos gustaría oír repetida!

—Me estás diciendo que yo… —intentó Vimes. Por el ruido que oían, ahora había toda una pelea detrás de la puerta.

—¡Todos podrán ver la Torta en la coronación! ¡Esto no es un asunto de Ankh-Morpork o de cualquier otro! ¡Protesto por esta intrusión en nuestros asuntos privados!

—Yo simplemente…

—¡Ni tampoco tenemos que mostrar la Torta a ningún fisgón busca-problemas! ¡Es una responsabilidad sagrada y está muy bien guardada!

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