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Goleman Daniel Inteligencia Emocional.doc
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13.11.2019
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La reeducación del cerebro emocional

Uno de los resultados más prometedores realizados sobre el TEPT procede de un estudio sobre supervivientes del holocausto nazi, el 75% de los cuales seguían mostrando, cincuenta años más tarde, síntomas muy intensos de TEPT. El hecho de que el 25% restante hubiera logrado superar este tipo de síntomas es un dato sumamente esperanzador que supone que, de un modo u otro, los acontecimientos de su vida cotidiana les habían ayudado a contrarrestar de manera natural el problema. Quienes seguían presentando este tipo de síntomas mostraban las alteraciones del nivel de catecolaminas cerebrales características del TEPT, algo que no ocurría en quienes habían logrado recuperarse. Este descubrimiento, y otros similares realizados en la misma dirección, nos hacen concebir la esperanza de que las modificaciones cerebrales provocadas por el TEPT no sean irreversibles y que los seres humanos puedan reponerse incluso de las más graves lesiones emocionales o, dicho en otras palabras, que el circuito emocional puede ser reeducado. Así pues, el reaprendizaje puede ayudamos a superar traumas tan profundos como los derivados del TEPT.

Una de las formas espontáneas de curación emocional —al menos en lo que se refiere a los niños— es mediante juegos como el de Purdy. En ellos, la repetición permite que los niños revivan el trauma sin peligro y abre dos posibles vías de curación. Por un lado, el recuerdo se actualiza en un contexto de baja ansiedad, desensibilizándolo y permitiendo el afloramiento de otro tipo de respuestas no traumáticas, mientras que, por el otro, permite el logro de un desenlace imaginario más positivo. El juego de Purdy solía terminar con la muerte de éste, un hecho que contrarresta la sensación de impotencia experimentada durante el acontecimiento traumático.

Este tipo de juegos es previsible en niños pequeños que han sido testigos de una violencia desmedida. La primera persona que advirtió la presencia de estos juegos macabros en los niños traumatizados fue la doctora Lenore Terr, psiquiatra infantil de San Francisco. Terr descubrió este tipo de juegos entre los niños de Chowchilla, California —una población de Central Valley, a una hora aproximada de distancia de Stockton, la ciudad en la que tuvo lugar la masacre de Purdy—, quienes, en el verano de 1973, fueron objeto de un secuestro cuando regresaban a casa en autobús después de pasar un día en el campo. En este caso, los secuestradores llegaron a enterrar el autobús, y con él a los niños, sometiéndoles a un suplicio que se prolongó durante veintisiete horas.

Cinco años después del incidente, Terr descubrió que los recuerdos del secuestro todavía perduraban en los juegos de sus víctimas. Las niñas, por ejemplo, simulaban secuestros simbólicos cuando jugaban con sus muñecas. Una niña que había desarrollado una extrema repugnancia al contacto con los excrementos durante el incidente, se pasaba el tiempo lavando a su muñeca. Una segunda jugaba con su muñeca a un juego que consistía en realizar un viaje —sin importar adónde— y regresar a salvo; el juego favorito de otra niña, por último, consistía en meter a la muñeca en un agujero en el que se suponía que terminaba asfixiándose.

Los adultos que han sufrido un trauma de estas características suelen experimentar una insensibilidad psicológica que bloquea todo recuerdo o sentimiento relativo al hecho, pero la mente de los niños tiende a reaccionar de manera diferente En opinión de Terr, esto ocurre porque los niños utilizan la fantasía, el juego y la ensoñación cotidiana para rememorar y reconstruir el acontecimiento. Esta evocación deliberada del trauma parece impedir el bloqueo de los recuerdos intensos que luego irrumpen violentamente en forma de flashbacks. En el caso de que el trauma no sea demasiado grave —como ocurre, por ejemplo, en una visita al dentista— tal vez baste con una o dos veces, pero si, por el contrario, se trata de un trauma grave, el niño necesitará reproducir la situación traumática una y otra vez en una suerte de ceremonial monótono y macabro hasta que pueda desembarazarse de él.

El arte —uno de los vehículos a través de los que se expresa el inconsciente— constituye una forma de movilizar los recuerdos estancados en la amígdala. El cerebro emocional está estrechamente ligado a los contenidos simbólicos y a lo que Freud denominaba «proceso primarios», el tipo de pensamiento propio de la metáfora, el cuento, el mito y el arte, una modalidad, por cierto, utilizada con frecuencia en el tratamiento de los niños traumatizados. En ocasiones, la expresión artística puede despejar el camino para que los niños hablen de los terribles momentos vividos de un modo que sería imposible por otros medios.

Spencer Eth, psiquiatra infantil de Los Angeles especializado en el tratamiento de niños traumatizados, cuenta el caso de un niño de cinco años que fue secuestrado junto a su madre por el ex-amante de ésta. El hombre los condujo a la habitación de un motel en donde obligó al niño a esconderse bajo una manta mientras golpeaba a su madre hasta matarla. Comprensiblemente, el chico se mostraba muy reacio a hablar de todo lo que había vivido durante aquella terrible experiencia, así que Eth le pidió que hiciera un dibujo sobre un tema libre.

Eth recuerda que el dibujo representaba a un piloto de coches de carreras cuyos ojos estaban desmesuradamente abiertos, un hecho que Eth interpretó como una referencia a su propia mirada furtiva hacia el asesino. La técnica que utiliza Eth para emprender la terapia con este tipo de niños consiste en pedirles que hagan un dibujo, porque en casi todos ellos aparecen referencias tangenciales a la escena traumática. Además, el hecho de dibujar es, en sí mismo, terapéutico, y pone en marcha un proceso que puede terminar conduciendo a la superación del trauma.

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