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Lección 2

TEXTOS

I

ES MUY NATURAL QUE ALGUNO SEA MÉDICO

Martina, el ama de llaves del cura, discutía con la muchacha des­greñada.

La muchacha intentaba explicar razonablemente lo que había ocu­rrido:

- Ha salido al balcón como un loco y ha gritado que su hijo se moría.

- Exagera. Nando es un exagerado. Con tal de llamar la atención... es capaz de todo.

- El médico no está en el pueblo y el boticario no ha querido ir, dice que vaya el cura. Si yo se lo pido, no se negará... no puede negarse.

- Pero está ocupado. Le espera todo el pueblo para la procesión.

— Pero el niño se muere.

— Los curas no son médicos. Irá después de la procesión.

— Quizá sea ya tarde... Eso no es cristiano, Martina.

- ¡Serás descarada! ¡Darme lecciones de cristianismo a mí, a mí...! ¿Te has olvidado de que estoy sirviendo en la casa de Dios?

- Yo sólo pretendía ayudar al niño... Hay que hacer algo para que se salve.

- Si está de Dios que se salve, se salvará.

La muchacha se cansó de luchar y corrió a casa de Nando. Lo encontró con un grupo de vecinas, junto a la cama del niño. Al ver entrar a la muchacha, casi se echó sobre ella.

— ¿Qué te ha dicho?

- No he podido verle. Martina no me ha dejado. Dice que está muy ocupado con la procesión.

El niño tenía los ojos cerrados. Apenas podía tragar, pero conti­nuaba con la boca abierta.

A la muchacha le iban subiendo a los ojos lágrimas de coraje. La habitación se llenaba de gente. Nadie sabía lo que se debía hacer. Esta­ban allí, pasmados ante el dolor de Nando.

— A lo mejor se le pasa. A lo mejor viene la crisis y asunto concluido. Nando sabía que siempre se decían frases como aquellas cuando

algún desgraciado estaba a punto de morirse. De pronto, la muchacha dijo:

— A lo mejor algún turista es médico. ¿Por qué no?

Era muy lógico aquello. Era muy natural que, entre tantos, alguno fuera médico, o boticario.

- Puede que tengas razón... Alguien insinuó:

— Pero si habla en otro idioma, no le entenderemos...

— ¡Qué más da! ¡Con tal de que nos entienda él a nosotros!

— Vamos, pronto... que vaya alguien...

La muchacha desgreñada corrió al hotel. Allí le dijeron que un hombre así vivía en casa de un pescador. Lo encontró, en la playa, en el preciso momento en que un guardia le amonestaba por haberse tum­bado allí en traje de baño.

- ¿No sabe usted que va a pasar la procesión? Chapurreaba el español y fumaba una pipa.

— ¿Y qué es eso?

— Parece imposible que no lo sepa. Un paseo santo.

- ¿Y qué tiene que ver eso para que no pueda estar echado en la playa?

— Es una falta de respeto. Se levantó sonriendo.

— Gracioso...

La muchachita le abordó:

— ¿Es usted médico? Dijo que sí.

- Por favor, venga usted conmigo. Hay un niño que se está mu­riendo.

— ¿Por qué no llaman al doctor de aquí?

— No está en el pueblo.

Se colocó unos shorts sobre el traje de baño y siguió a la muchacha. Era alto y rubio; sus piernas daban la impresión de quebrarse, a cada zancada...

Cuando entró en la vivienda de Nando dijo:

- Aquí hay demasiada gente. Despejen, por favor.

Nadie se movió. Continuaban mirándole como si perteneciera a otro planeta. Se daban codazos unos a otros; cuchicheaban.

— El señor doctor dice que os larguéis —lanzó la muchachita. A ella le hicieron caso.

El médico abordó a Nando:

- ¿Usted, padre? -Sí.

— ¿Y la madre?

— No está.

- Bueno. No importa.

Se inclinó sobre la cama del chico. A Nando le parecía imposible que un médico pudiera ir vestido de aquel modo tan poco protocola­rio. El médico del pueblo jamás visitaba a sus enfermos en calzoncillos. Le preguntó a la muchachita desgreñada:

- ¿Estás segura de que es un médico?

— Eso me ha dicho.

— No lo parece.

— A lo mejor es veterinario.

— Bueno, lo principal es que se cuide del chico...

Le veía explorar al enfermo con gran cuidado, y eso le llenaba de tranquilidad. Le miró luego la garganta con la ayuda de una cuchara y una cerilla. Le tomó el pulso, lo auscultó. Nandet parecía reanimarse con tanto ajetreo.

— Hay que darle inmediatamente un suero. Nando no comprendía.

— ¿Es grave?

- Mucho. Intentaremos salvarle... ¿Por qué tardaron tanto?

Ya no se le veían los shorts al médico; sólo se le veía su decisión y seguridad. Daba órdenes. Apuntaba algo en un papel. Ya no era posible dudar de su profesión.

Cuando le dio la receta, Nando dijo:

- ¿Cómo voy a comprarlo si no tengo dinero?

— No importa, vayan a la farmacia corriendo. Tomen. Es muy ur­gente.

— Pero el caso es que el boticario está en el mar, con todos...

— Es de suponer que habrá dejado a un sustituto en la tienda... La muchacha salió otra vez corriendo hacia la botica. El médico se

quedó en el cuarto con Nando y el pequeño.

— Ponga agua a hervir.

Nando no sabía por dónde empezar.

El propio médico fue a la cocina, él mismo lavó el cacharro.

— Todo se arreglará —decía— . Llegaremos a tiempo... Cuando el agua empezó a hervir, la muchachita llegó de la botica.

- La boticaria se ha levantado de la cama para dármelo. El médico dijo:

- Ha ido usted rápida. Parece nacida en mi tierra.

- ¿Cuál es su tierra? — América.

Nando pensó que si su hijo se salvaba se lo debería a América.

Vocabulario

Ama f de llaves экономка

cura m священник

desgreñado растрепанный

exagerar преувеличивать

botica = farmacia/аптека

quizá(s) возможно

descarado наглый

salvar(se) спасать(ся)

conque так что, итак

echarse бросаться

tragar глотать

lágrima f слеза

coraje m гнев

pasmarse оцепенеть

a lo mejor возможно

desgraciado несчастный

insinuar намекать, подсказать

con tal de que при условии, что

pescador m рыбак

amonestar делать замечание

chapurrear коверкать слова

pipa f трубка

abordar подходить; заговорить

quebrarse ломаться

zancada f большой шаг

despejar освобождать

dar codazos зд. расталкивать локтями

cuchichear шептаться

largarse убираться

hacer caso обращать внимание

inclinarse наклоняться

calzoncillos m трусы

cuidarse заботиться

explorar осматривать, обследовать

garganta f горло

cerilla f спичка

auscultar слушать (больного), про­слушивать

ajetreo m суета

suero m сыворотка

receta f рецепт

el caso es que дело в том, что

sustituto m заместитель, помощник

hervir (III) кипятить

cacharro m посуда, горшок

curar лечить

II

EN EL BAR SE CONSIGUE TODO

Días atrás, necesitando uno de esos medicamentos de última moda que ilusionan tanto a la Humanidad doliente, me eché a buscarlo por las farmacias de la ciudad en donde vivo. No lo había en ninguna.

— No te aflijas —me dijo un amigo al que yo le hablaba de mi pro­blema—. Ahora mismo nos iremos al bar a tomar una copa, y ya verás cómo arreglaremos eso.

Fuimos al bar. Mi amigo habló allí con un camarero. El camarero le presentó a un señor. Este señor le puso en contacto con otro, y al poco rato mi amigo regresó a nuestra mesa y me entregó un paquetito.

- ¿Es esto exactamente lo que buscas? -me preguntó.

Yo examiné el paquete con toda minuciosidad, y convine en que aquello era exactamente lo que yo buscaba.

— Pues, de aquí en adelante, ya lo sabes. Cuando necesites algún medicamento que no exista en las farmacias, bien porque no haya lle­gado todavía a ellas o bien porque se haya agotado temporalmente o definitivamente, no tienes más que venir a este bar o a otro parecido. El bar es el gran centro moderno de contratación, y en él se consigue todo.

A mí, la verdad, no me desagrada nada la idea de que en los bares se vendan medicinas, porque soy un gran aficionado a ellas. Reconoz­co, desde luego, que las medicinas acabarán arruinándome la salud; pero ¡qué quieren ustedes que yo haga! Cuando uno no toma alcohol, tiene, por fuerza, que tomar otro tóxico. "Embriágate siempre -decía un poeta francés—. Embriágate de amor, de poesía o de vino; pero em­briágate." Por mi parte, yo no tomo vino más que en las comidas, y, a falta de poesía o de amor, me embriago con toda suerte de especialida­des farmacéuticas.

Hace mucho tiempo, lo confieso, que me he entregado a este vi­cio. Muchas veces, reunido con mis amigos en un bar, y para no hacer demasiado mal papel, mientras ellos se dedicaban a la ginebra o al whis­ky, yo pedía una aspirina y me la tomaba con un poco de agua.

Pero antes en los bares de Madrid siempre ha habido sólo aspirina y bicarbonato, pero nada más. Ahora, en cambio, parece que se pue­den conseguir todas las medicinas que uno desee. Es una gran ventaja para los clientes como yo. Por fin va a poder uno alternar con amigos. Por fin va a poderse estropear el estómago como ellos. Por fin va a po­der también "epatar" a todos pidiendo cosas raras y pagándolas a un precio diez o quince veces mayor de su coste original.

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