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Groucho Marx - Memorias de un amante sarnoso -...docx
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07.09.2019
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El amante espléndido

al frente de una de las principales agencias publicitarias de nueva york, se hallaba un holandés de pennsylvania, alto y desangelado, que tenía la mujer y los hijos acostumbrados, a las normales oficinas fastuosas en madison avenue y en hollywood.

cada dos meses, más o menos, los negocios le obligaban a tomar un avión para llegar hasta la costa occidental.

preparaba estos viajes con gran anticipación, pues, aunque amaba a su esposa, nuestro hombre era algo mujeriego.

y california, para él, era algo así como un coto de caza privilegiado.

como era una potencia dentro de la televisión, estaba siempre invitado a las mejores fiestas.

sin embargo, no tardó en descubrir que en aquellas reuniones no había mucho que aprovechar.

la mayoría de las mujeres estaban ya casadas, o, si no, a punto de hacerlo.

nuestro holandés invitaba de vez en cuando a alguna de las empleadas de su oficina, pero, al poco tiempo, la mayoría de las chicas acabaron por rechazar sus invitaciones.

había circulado el rumor de que, aunque ofrecía espléndidas cenas, el paso inmediato era, inevitablemente, acompañarle a la suite que tenía en el hotel.

uno de los realizadores de televisión que trabajaban para su agencia, dudaba de que su opción fuera estimada para la temporada siguiente.

pero, en cambio, estaba seguro de que nuestro héroe, mr.

fred schultz, era omnipotente, y sabía que bastaba una palabra suya para asegurar la renovación del contrato.

para evitar su identificación, llamaremos joe cool a este realizador.

cierto día, joe telefoneó a mr.

schultz.

—amigo freddie -dijo-, soy joe cool, su viejo amigo.

me he enterado por mi agente de que acababa de llegar, y como sé lo solitario que se siente usted cuando está lejos del hogar, me he permitido buscarle una jovencita para que le haga compañía.

—joe -dijo mr.

schultz-, voy a decirle algo que nunca he dicho a nadie y que espero usted no comente, especialmente con mi esposa.

-y subrayó con una carcajada su demostración de ingenio, suponiendo que lo tenía.

joe cool, pensando en la renovación de su contrato, rió entusiasmado la gracia.

—ya sé, fred, que usted las tiene a montones.

no en vano anda metido en negocios teatrales.

—joe -prosiguió schultz-, voy a ser franco con usted y le voy a hablar con el corazón en la mano.

es cierto que he salido con una porción de chicas en esta ciudad.

pero el caso es que, me avergüenza decirlo, nunca he conseguido nada de ellas.

¡oh, sí!

salen conmigo a cenar y me acompañan a un cine o a una revista, pero cuando llega el momento de ir al grano -ya sabe lo que quiero decir- entonces me salen siempre con que les duele la cabeza o que tienen que madrugar a la mañana siguiente.

ya sabe usted que no pretendo ser un adolescente; me doy cuenta de que tengo sesenta años y de que he echado un poco de tripa, pero todavía conservo completa la dentadura y me siento tan fuerte como un toro.

pues, aun así, todo lo que consigo, en el mejor de los casos, es un besito y unas palabras de gratitud por la velada.

la única mujer con quien consigo expansionar mis ardores, es mi propia esposa, y usted comprenderá que, después de treinta años de matrimonio, me resulta tan aburrida como ver treinta veces la misma película.

—freddie, amigo mío -dijo joe-, no ha de preocuparse más por este problema.

le tengo preparado algo que le satisfará enteramente.

-y casi pudo ver la sonrisa de mr.

schultz a través del teléfono.

—¡joe, es usted mi padre! -exclamó schultz.

su voz se quebró y el auricular registró un sonido que hizo pensar a joe que acababa de tragarse dos tabletas de bencedrina.

—la chica es una rubia de veintidós años, con unas proporciones...

pero, ¿para qué vamos a entrar en detalles? tiene el mismo tipo que jayne mansfield y es soltera.

si la hace beber tres martinis, se le subirá por las paredes.

y no vaya a pensar que es una cualquiera; es una buena chica, pero se siente muy sola.

mr.

schultz estaba tan excitado por la breve descripción, que se estaba haciendo incoherente.

aquello dejó de ser una conversación.

—¿quién es? -resolló- ¿dónde está? ¿cuándo puedo verla?

—todo está preparado ya -dijo joe.

(espero que los lectores me perdonarán esta accidental vulgaridad)-.

irá a buscarle al hotel a las siete y media.

y no se preocupe por no ser demasiado joven.

a ella le gustan los hombres maduros.

eran las cinco.

schultz marchó a toda prisa a su hotel y pidió que subieran a su habitación vodka, gin, bourbon, whisky escocés, coñac, ginger ale y hielo.

no quería correr ningún riesgo.

después de llegar el suministro, aún le quedaba una hora de espera, así que se le ocurrió telefonear a pennsylvania, para explicarle a su mujer lo mucho que la echaba en falta.

—cariño, no puedes figurarte lo desgraciado que me siento al estar lejos de ti -mintió cínicamente.

no siempre se expresaba en estos tonos cuando se hallaba en casa.

a veces, no la hablaba en tono alguno.

pero, en aquellos momentos se sentía algo incomodado por su conciencia, y aquella llamada no podría menos que halagar a su esposa.

a las siete y media se oyó un golpecito en la puerta.

al entrar la muchacha, fred se inclinó galantemente.

tan galantemente que sintió un crujido en la articulación sacroilíaca.

a pesar de ello, consiguió enderezarse y saludarla cálidamente.

agradecía tanto la presencia de una dama en su habitación, que incluso besó su mano.

empezaba a sentirse como una especie de charles boyer.

mientras tomaban unas copas, miraba ansioso sus apetitosas formas, como si fuera una serpiente dispuesta a engullirse un cebado conejo o un chiquillo ante el escaparate de una pastelería.

pidió cena para dos.

terminada la cena y retirado el camarero con el servicio, hubo un poco de conversación, algo inconexa y plagada de lagunas.

luego, escogiendo cuidadosamente las palabras, fred sugirió la conveniencia de hacer lo que todos podemos suponernos.

antes de que transcurriera un minuto, la chica estaba ante él con la misma ropa que llevaba veintidós años atrás, al llegar a este mundo miserable.

no es que hubiera acudido a la cita muy abrigada, pero, a juzgar por la velocidad con que se desvistió, mr.

schultz hubiera jurado que aquella chica superaba a frégoli.

aborrezco la vulgaridad y las obscenidades, de modo que evitaré al lector los detalles sórdidos.

baste decir (como siempre dice mi abogado) que aquella delicada y recatada muchachita, en el transcurso de una noche maravillosa, enseñó a fred unos cuantos trucos que jamás hubiera podido siquiera imaginar.

después de desayunar, él dijo que debía de irse a la oficina y que esperaba que volverían a verse.

luego, con voz insegura, hizo alusión al dinero.

—fred -protestó ella-.

si he pasado la noche contigo, no ha sido por dinero.

había oído hablar de ti y estaba segura de que si llegaba a conocerte me enamoraría de ti.

siempre me han atraído los grandes negociantes.

halagado por el cumplido, la besó apasionadamente, a pesar de estar exhausto por su espectacular actuación de la noche anterior.

estaba orgulloso.

cuando llegó a la oficina, explicó sus experiencias al presidente y a varios vicepresidentes del consejo.

llegó incluso a presumir de su buen estado de conservación.

—¿saben lo que les digo? últimamente me había hecho a la idea de que ya no me atraían las mujeres jóvenes.

sin embargo, en la pasada noche he podido comprobar que aún me encuentro en plena forma.

lo que, desde luego, él no sabía, era que aquella inocente y candorosa criatura, era una prostituta conocida en toda la ciudad, contratada por joe cool al precio de cien dólares.

no hay necesidad de repetir detalles, pero conviene decir que cada vez que mr.

schultz volvió a hollywood, joe cool se cuidó de prepararle una u otra corderita.

en el transcurso de unos años se gastó probablemente varios miles de dólares, y eran dólares que no podía deducir en su liquidación de impuestos, pero, por otra parte, su contrato se renovó regularmente, año tras año.

el arreglo resultó beneficioso para todos los afectados, incluida la señora de schultz, en su casa de pennsylvania.

7.

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