- •Prólogo advertencia
- •Primera parte l.Amour como diversión
- •¡Bendita diferencia!
- •Bandada de pichones; desbandada de amantes...
- •Cita con una desconocida... ...O más vale estar solo...
- •Mi mejor amigo es el perro
- •Las hormonas y yo
- •Segunda parte el amor a través de las edades
- •Tercera parte ecos sociales por un proscrito de la sociedad
- •El invitado huidizo
- •Cómo situarse en la escala social
- •El paria de hollywood soy yo
- •Aventuras de un hombre extraordinario
- •Velada de espiritismo en el hogar
- •Entre extraños mediums
- •Cuarta parte lo que sucedió a otros ocho tipejos
- •Mutilado de amor
- •Enviado por invitados
- •Las plantaciones de chico
- •Al calor de los naipes, en una noche glacial
- •Ratas en la casa de zorras
- •El amante espléndido
- •La le&on fran&aise
- •El trotamundos
- •Quinta parte la filosofía marxista, según groucho
- •Lo que este país realmente necesita
- •Sobre la economía
- •Sobre la suerte
- •Sobre el talento
- •Sobre la poligamia (y los medios de llegar a ella)
- •Sobre el cuerpo humano
- •Epílogo desde mi mecedora
Velada de espiritismo en el hogar
con la posible excepción de los trapos, los institutos de belleza y frank sinatra, existen pocas cuestiones sobre las que coincidan las mujeres.
uno de los tópicos que parece ejercer sobre ellas una insana satisfacción es la magia.
las esferas de cristal, las adivinadoras de porvenir, los posos del té, los quirománticos, las sesiones de espiritismo y otras paparruchas por el estilo, las enajenan.
todo esto sirve para demostrar que la civilización femenina no se aparta más de quince años de la pura caverna.
no obstante, ello forma parte de sus encantos, lo mismo que sus tacones altos, sus prendas de nylon y su blanca dentadura.
yo las he visto horas y horas en torno de un velador, febriles y con la mirada extraviada, y si alguien se hubiera atrevido a decirlas que eran ellas mismas las que lo movían, sin ayuda de ninguna fuerza sobrenatural, le hubieran mostrado sus nacarinas dentaduras y le hubieran mandado que se callara y se fuera.
al llegar a hollywood por primera vez, fui a vivir a una vieja casa de las colinas que estaba medio derruida.
en aquellos tiempos, uno no podía echar a perder la noche atendiendo a la televisión y había que buscar otros medios de pasar las largas y tristes veladas en que no se ofrecía ninguna cena fuera de casa.
el sexo había sido descubierto y abandonado por la mayor parte de mis amigos.
cierta noche, un cuarteto de esposas de amigos míos estaba sentado alrededor de la chimenea de mi cuarto de estar.
eran mujeres olvidadas de la juventud, con hijos mayores y cabellos recogidos hacia arriba.
pero, ¿qué estaban haciendo? apoyaban la punta de los dedos sobre un objeto de madera semejante a un pequeño velador.
la noche era calurosa y en la chimenea no había más que unos periódicos viejos y unos leños semiquemados del invierno anterior.
y allí estaban ellas, pobres imbéciles, dándole empujoncitos a aquel endiablado objeto, ajenas a cuanto las rodeaba y en plena excitación.
estoy seguro de que un buen terremoto no hubiera conseguido apartarles de su concentración.
al cabo de un rato, me acerqué y amistosamente les pregunté cuál era la causa de su actitud.
una de ellas me mandó callar.
otra, más ocurrente, murmuró:
—¿por qué no revientas?
la tercera me increpó:
—¡lárgate, cretino!
la cuarta, más comprensiva y explícita me indicó:
—¡has de saber que estamos en contacto con el espíritu de george washington, so memo!
¿george washington? aún, si hubieran dicho george raff, acaso las hubiera comprendido.
¡pero, washington! lleva muerto casi doscientos años (y probablemente está más atareado que nunca), y allí estaban aquellas cuatro microcefálicas tratando anhelantes de entrar en contacto con él.
hubiera llegado a comprender que intentaran ponerse en contacto con su esposa, pero ¿qué demonios podían tener en común con george?
pero aquellas ya maduras vírgenes seguían dando empujoncitos al leñoso artefacto.
finalmente, una de ellas dijo:
—george, estamos tratando de llegar hasta ti.
¿percibes nuestras señales? ¿nos oyes?
no sé si george las oyó o no, pero el caso es que de la chimenea salió una rata de tamaño regular y las cuatro mujeres entre desmesurados chillidos fueron a refugiarse sobre el piano.
nunca pude convencerles de que la rata no era precisamente el padre de la nación americana, y, bien pensado, tal como van las cosas, es posible que sí lo fuera.
6.