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Groucho Marx - Memorias de un amante sarnoso -...docx
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07.09.2019
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Enviado por invitados

ahora es ya un hombre maduro, pero en su juventud llevaba una vida bastante disipada.

le gustaban mucho las mujeres, pero su verdadero amor era el póker.

con el paso del tiempo, la mayor parte de sus compañeros de juego se fueron casando y se acostumbraron a otros sistemas de diversión.

si el lector ha estado casado alguna vez, sabrá muy bien que cuando llega el amor, la libertad sale volando por la ventana.

alex no era de los que se casan.

solía decir que nunca había conocido una chica que le hiciera disfrutar más que una buena partida de póker.

sin embargo, cada vez se le hacía más difícil reunir los jugadores suficientes, para gozar de aquellas deliciosas veladas, que transcurrían en una pequeña y recoleta habitación, entre humazo de tabaco y vapores etílicos.

a pesar de que el hedor suele ser insoportable, este ambiente resulta fascinante para el promedio de los hombres.

supongo que puede deberse a que éste es uno de los últimos baluartes no invadidos por el cotorreo de la mujer.

para alex no había caricias femeninas que pudieran igualarse al delicioso estremecimiento que sentía al tocar una baraja.

era un jugador perfecto.

cuando perdía, lo hacía del mismo modo que ganaba: con una sonrisa.

como es natural, prefería ganar que perder, pero aquello no era lo más importante.

lo que a él le encantaba era la compañía de sus amigotes y el juego en sí.

aquella lluviosa noche de diciembre, alex llevaba varias semanas sin jugar al póker.

estaba solo y tenía el teléfono al alcance de la mano, así es que empezó a llamar a aquellos de sus amigos que seguían célibes.

pero había escogido una mala noche.

la mayoría de ellos tenían compromisos.

desesperado, llamó a sus amigos casados, pero aquéllos, todos, tenían esposas.

la mujer de uno de ellos se puso al teléfono y le dijo:

—alex, a joe le encantaría ir, pero prometimos a mamá que la iríamos a ver esta noche.

vamos a jugar al mahjong.

no jugamos dinero.

ya sabes, como mamá es adventista no le está permitido jugar por interés.

aquello resultó bastante deprimente, pero, lo peor estaba aún por llegar.

otro marido se había de quedar a cuidar de los niños, mientras su esposa asistía a un torneo de bridge.

una tercera señora le explicó:

—fred se pirra por el juego, alex, pero, aunque te cueste creerlo, en estos momentos está en la cocina, fregando los platos.

hasta ahora, nunca se lo había dicho a nadie -comentó con una risita- y si él supiera que te lo estoy contando, me mataría; pero es que cuando me propuso que me casara con él, me prometió que, si accedía, me ayudaría siempre a lavar los platos.

naturalmente, lo de que lave los platos, no tiene importancia, pero yo lo tomo como una demostración de lo mucho que me quiere.

alex dudaba entre matarla o dejarla.

finalmente halló una solución de compromiso: la colgó.

se encontró entonces ante un auténtico dilema.

le repugnaba la idea de jugar con mujeres, pero...

a grandes males, grandes remedios.

así es que llamó a cierta dama, amiga suya, que tenía chicas para parar un tren.

bueno, las chicas no estaban allí para eso, pero no importa.

aquella buena señora era la propietaria del lupanar de más lujo de todo hollywood, y alex había sido su asiduo cliente durante muchos años.

—hola, eden; soy alex.

¿cómo van las cosas?

—ya te puedes figurar -dijo ella-, entre la lluvia y los impuestos, esto no puede ir peor.

—¡estupendo! entonces, no hay problema.

¿podrías mandarme tres chicas a casa, ahora mismo? es algo urgente.

—¡tres chicas! -rió la dama-.

pero, alex, ¿es que has tomado de esas hormonas?

—¡no te las des de graciosa, eden! ¡me las envías o me las buscaré por otra parte!

media hora después, las tres gorronas llegaban dispuestas a trabajar.

al encontrar sólo a alex parecieron un poco extrañadas.

una de ellas echó una mirada en torno y preguntó:

—¿dónde están los otros dos?

—no hay otros dos -dijo alex con un gesto enigmático-.

no hay nadie más que yo.

—a que vamos a jugar a la gallina ciega -dijo otra.

—no habrá gallina ciega -contestó alex sonriendo.

—pues, entonces, ¿qué es lo que vas a hacer con las tres, que no puedas hacer con dos o con una? -y mirándole fijamente, insistió-.

¡sólo con una!

—no voy a hacer nada con ninguna de vosotras.

lo único que quiero es que os sentéis alrededor de esa mesa, que os quitéis los zapatos y que os pongáis cómodas -repuso él.

—¡que nos quitemos los zapatos!

¡caray! ¡esto es una orgía!

—¿pero, qué pasa, alex? ¿tan derrotadas nos ves? -dijo otra de las muchachas.

—de ningún modo, chicas -aclaró alex-.

tenéis todas muy buen aspecto.

pero, ante todo, he de haceros una pregunta.

¿sabéis jugar al póker?

algo confusa, la primera chica dijo:

—pues, claro.

no hacemos otra cosa, cuando flaquean los negocios.

alex sacó bebida, dos barajas y varios paquetes de cigarrillos.

durante las cinco horas siguientes se enfrascaron en el póker.

él hacía todo lo posible por perder.

quería que ganaran ellas y así sucedió.

además, abonó a cada una de ellas los honorarios correspondientes a su actividad normal.

a las tres de la mañana, alex tiró las cartas, se recostó en su asiento y dijo:

—ya es bastante, muchachas.

estoy cansado y me voy a enroscar.

la mujer es una extraña criatura.

en lo financiero, habían tenido una noche espléndida, y sin embargo, las tres estaban algo dolidas porque alex no había visto en ellas más que a unas compañeras de juego.

alex tiene ahora cincuenta y tres años.

se casó y tiene dos hijos mayores.

las noches en que consigue que los chicos se queden en casa, juegan, los cuatro, al póker.

no hay dinero sobre la mesa.

el ambiente no es turbio, y el juego, tampoco.

la cosa tiene su gracia, pero no es la que acostumbraba a tener.

no en vano, alex tiene cincuenta y tres años.

3.

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