Добавил:
Upload Опубликованный материал нарушает ваши авторские права? Сообщите нам.
Вуз: Предмет: Файл:
27 - El último héroe - Terry Pratchett - tetelx...doc
Скачиваний:
1
Добавлен:
07.09.2019
Размер:
452.1 Кб
Скачать

Vosotros! ¡Eso es lo que vosotros queríais! ¿Lo han preparado sólo para vosotros?

—¿Sí? Pues gracias de todas formas, pero no vamos a ir —dijo Cohen.

—¡Pero ese es el sitio donde los héroes muertos tienen que ir!

—No recuerdo haber firmado nada —continuó Cohen. Levantó la vista hacia el cielo. El sol

se había puesto y las primeras estrellas estaban saliendo. Cada persona es un mundo, ¿eh?—.

¿Aun no te vas a unir a nosotros, señora McGarry?

—Aun no, chicos —Vena sonrió—. No estoy lista del todo, me tumo. Llegará un día.

—Muy bien. Muy bien. Nos vamos, entonces. Tenemos mucho que hacer...

—Pero... —la señora McGarry paseó la mirada por toda la planicie. El viento había cubierto

de nieve unas... formas. Aquí la empuñadura de una espada surgía de un montón, allí una

sandalia era visible apenas—. ¿Estáis muertos o no? —preguntó.

Cohen examinó la nieve.

—Bueno, tal como yo lo veo, nosotros no creemos que lo estemos, así que ¿por qué nos

94

habríamos de preocupar de lo que los otros piensan? Nunca lo hemos hecho. Listos. ¿Hamish?

¡Entonces seguidme, muchachos!

Vena miró como las Valquirias, riñendo entre ellas, volvían a la montaña. Luego esperó.

Tenía la sensación de que había algo que había de esperar.

Tras un rato, oyó el relincho de otro caballo.

—¿Estáis de cosecha? —preguntó, y se giró para mirar la figura montada.

ESO ES ALGO QUE NO TENGO INTENCIÓN DE ACLARÁRTELO —dijo la Muerte.

—Pero estáis aquí —dijo Vena, aunque ahora se sentía más como señora McGarry de nuevo.

Vena probablemente habría matado alguna de las mujeres a caballo, solo para asegurarse de

que las otras le prestaban su atención, pero todas parecían tan jóvenes.

POR SUPUESTO. YO ESTOY EN TODAS PARTES.

La señora McGarry miró las estrellas.

—Antiguamente —dijo—, cuando un héroe había sido muy heroico, los dioses lo colocaban

con las estrellas.

LOS CIELOS CAMBIAN —explicó la Muerte—. LO QUE HOY PARECE UN CAZADOR

MITOLÓGICO PODRÍA PARECER UNA TAZA DE TÉ DENTRO DE UN SIGLO.

—Eso no parece justo.

NADIE HA DICHO QUE HUBIERA DE SER JUSTO. PERO HAY OTRAS ESTRELLAS.

En la base de la montaña, en el campamento de Vena, Harry encendió el fuego de nuevo

mientras el trovador sentado iba tomando notas.

—Quiero que escuches esto —dijo, tras un rato, y tocó algo. Continuó durante lo que a

Malvado Harry le pareció toda una vida. Se secó una lágrima mientras las últimas notas

morían en el aire.

—Aun tengo que trabajar más —explicó el trovador, con una voz distante—. ¿Pero servirá?

—¿Me preguntas si servirá? —preguntó Malvado Harry—. ¿Me estás diciendo que crees que

aun la puedes hacer mejor?

—Sí.

—Bueno, no es como una... epopeya de verdad —dijo Malvado Harry con voz ronca—. Tiene

una melodía. Hasta la podrías silbar. Bueno, canturrearla. Quiero decir, es que hasta suena

como ellos. Como sonarían ellos si fueran música...

—Bien.

—Es... maravillosa…

—Gracias. Mejorará cuanta más gente la oiga. Es una música hecha para que la gente la

escuche.

—Y... no es como si hubiéramos encontrado los cuerpos, ¿no? —dijo el pequeño Señor

Oscuro—. O sea, que podrían estar vivos en algún lugar.

El trovador hizo sonar algunas notas en su lira. Las cuerdas brillaron.

—En algún lugar —estuvo de acuerdo.

—Sabes, chico —dijo Harry—. Ni siquiera sé tu nombre.

El trovador levantó una ceja. Ya no estaba seguro de él mismo. Y no sabía dónde iba a ir o

95

qué iba a hacer, pero sospechaba que la vida sería mucho más interesante de ahora en

adelante.

—Solo soy el cantor —dijo.

—Tócala otra vez —dijo Malvado Harry.

Rincewind parpadeó, miró, y luego miró más allá de la ventana.

—Nos acaban de rebasar unos hombres a caballo —dijo.

—Ook —dijo el bibliotecario, lo que probablemente quería decir “Algunos de nosotros

tenemos que pilotar”

—Pensé que simplemente tenía que mencionarlo.

Moviéndose en espiral por el aire como un payaso borracho, la Cometa alcanzó la columna de

aire caliente que surgía del lejano cráter. Era la única instrucción que había dado Leonardo

antes de ir y sentarse tan silenciosamente al fondo de la cabina que Zanahoria se estaba

empezando a preocupar.

—Simplemente se sienta allí murmurando cosas como “¡Diez años!” y “¡El mundo entero!”

—informó—. Ha sido un terrible shock. ¡Que penitencia!

—Pero parece alegre —dijo Rincewind—. Y no para de dibujar bocetos. Y está hojeando esos

cuadros que tomaste en la luna.

—Pobre tipo. Le está afectando a la mente —Zanahoria se inclinó hacia delante—. Tenemos

que devolverle a su casa tan pronto como sea posible. ¿Cuál es la dirección más habitual?

¿”Segunda estrella a la izquierda y rectos hasta la mañana”?

—Creo que esa debe ser probablemente la muestra de astronavegación más estúpida que haya

sugerido nunca nadie —dijo Rincewind—. Simplemente vamos a dirigirnos hacia las luces.

Oh, y mejor tener cuidado y no mirar abajo hacia los dioses.

Zanahoria asintió.

—Eso es bastante difícil.

—Prácticamente imposible —concedió Rincewind.

Y en un sitio que no aparece en ningún mapa Mazeda, el portador del fuego, estaba tendido en

su prisión eterna.

La memoria te puede jugar malas pasadas después de los primeros diez mil años, y no estaba

muy seguro de lo que había ocurrido. Habían llegado unos ancianos montados a caballo, que

descendieron en picado desde el cielo. Le cortaron las cadenas, le dieron un trago y se habían

turnado para estrecharle la marchita mano.

Luego habían desaparecido, entre las estrellas, tan deprisa como habían llegado.

Mazeda continuó echado en la forma que su cuerpo había tallado en la roca a lo largo de los

siglos. No estaba seguro sobre los hombres, o el por qué había venido, o por qué estaban tan

contentos. De hecho, sólo estaba seguro de dos cosas. Estaba seguro de que el amanecer

estaba próximo. Estaba seguro de que sostenía en su mano derecha la afilada espada que le

habían dado los ancianos.

Y podía oír, acercándose con el amanecer, el aleteo de un águila. Esto le iba a gustar.

96

Está en la naturaleza de las cosas que esos que salvan el mundo de una segura destrucción a

menudo no reciben grandes recompensas porque, dado que esa segura destrucción no se ha

dado, la gente no está segura de lo segura que podría haber sido y, por lo tanto, no les hace

mucha gracia que vengan a pedirles que den algo más sustancial que una alabanza.

La Cometa había aterrizado toscamente en la ondulada superficie del río Ankh y, como le

ocurre a las cosas publicas que están por ahí y que no parecen pertenecer a nadie, se convirtió

rápidamente en la propiedad privada de mucha, mucha gente.

Y Leonardo empezó la penitencia para su arrogancia. El clero de Ankh—Morpork lo aceptó

ampliamente. Era definitivamente el tipo de cosas que alientan la piedad.

Esa es la razón por lo que Lord Vetinari se sorprendió mucho cuando recibió un mensaje

urgente tres semanas después de los acontecimientos relatados, y a la fuerza consiguió

atravesar la multitud hasta llegar al Templo de los Dioses Menores.

—¿Qué ocurre? —preguntó, mirando por la puerta.

—¡Es una... blasfemia! —dijo Hughnon Ridcully.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que ha pintado?

—No es lo que ha pintado, mi señor. Lo que ha pintado es... es maravilloso.

¿Y lo ha terminado?

En la montaña, mientras los vientos la azotaban, hubo un brillo rojizo en la nieve. Estuvo allí

todo el invierno, y cuando los vendavales de primavera soplaron, los rubíes brillaron a la luz

del sol. Nadie recuerda al cantor. La canción permanece.

97

Соседние файлы в предмете [НЕСОРТИРОВАННОЕ]