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Gómez de Manrique

(¿1412-1490?)

Desempeñó un importante papel en el reinado de Juan II, y hacia el final de su vida apoyó - como su sobrino Jorge Manrique - a los Reyes Católicos.

De él conservamos un Cancionero - que contiene las “Coplas a Diego Arias de Ávila”, precedente de las de su sobrino Jorge “por la muerte de su padre” - y unas piezas dramáticas en las que se mantiene la tradición de los misterios medievales. La Representación del Nacimiento de Nuestro Señor es una especie de Auto de Navidad, integrado por varias escenas relativas al Nacimiento.

En las Lamentaciones fechas para Semana Santa, San Juan, la Virgen y María Magdalena intervienen en una serie de breves cuadros, manifestando su dolor por la muerte de Jesús. Tanto esta pieza como la anterior, interesan no sólo por su valor histórico, sino por la delicada emoción de alguna de sus escenas.

Juan del Encina

(¿1469-1529?)

Nació en la provincia de Salamanca, en cuya Universidad estudió, y sirvió a los duques de Alba. Más tarde marchó a Roma, residiendo allí, salvo breves ausencias, hasta sus cincuenta años, época en que decidió ordenarse sacerdote. Tras un viaje a Jerusalén, regresó a España, y permaneció en León hasta su muerte.

Fue uno de los mejores músicos de la época de los Reyes Católicos, lo que le procuró en Roma la protección de varios Papas. Sus facultades musicales se manifiestan en las poesías de tipo popular de su Cancionero.

La importancia de Juan del Encina radica ante todo en su obra dramática. El título que se le ha dado de “patriarca del teatro español” no es exagerado, teniendo en cuenta que es el primer autor en quien vemos una acción escénica perfectamente estructurada, dentro de un tipo de teatro primitivo. Lo mismo que su producción poética, sus quince obras teatrales reflejan dos influencias distintas: la de la tradición medieval - en sus dos aspectos, popular y religioso - y la del ambiente de la época - en lo que respecta al concepto renacentista de la vida y a la admiración por los clásicos. La medieval se da, sobre todo, en su primera época, correspondiente a su estancia en Salamanca. La segunda se acentúa en las piezas escritas después de su viaje a Roma.

Pertenecen a la primera época varias representaciones religiosas y profanas de escasa acción. Se trata de piezas breves en las que el ambiente rústico (сільський) de campesinos y pastores se nos ofrece por primera vez en el teatro, con una viveza y un animado realismo del más puro estilo español.

De tipo religioso son varias “Églogas” de Navidad y dos representaciones sobre la Pasión y Resurrección. Entre las de carácter profano sobresalen la Égloga de Antrucjo, llena de un sentimiento de alegría carnavalesca, y el Auto del Repelón, en el que, siguiendo seguramente la línea del teatro escolar medieval, se presentan las pesadas burlas de que son objeto unos pastores por parte de ciertos estudiantes.

Las tres “Églogas” que constituyen su segunda época señalan, en cambio, una nueva dirección. En ellas se observa una acción más estructurada y un refinado ambiente, a veces de tipo bucólico. Escritas durante su estancia en Roma, reflejan un concepto pagano de la vida.

La Égloga de Fileno, Zambardo y Cardonio nos presenta el suicidio, por amor, del primero. En la de Cristino y Febea, el Amor consigue que Cristino deje su vida de penitencia, enviándole a la ninfa Febea, y en la de Plácida y Victoriano, Venus impide que Victoriano se mate tras el suicidio de su amada Plácida, resucitando a ésta.

Juan del Encina significa el paso del teatro medieval al renacentista, pues si en las piezas de la primera época predominan aún las fórmulas tradicionales - los asuntos religiosos, ambiente rústico nacional, expresión popular -, el viaje a Roma y el consiguiente contacto con la cultura humanística determinan en fuerte cambio de orientación: los temas cambian, se hace triunfar el amor sobre las consideraciones ascético-religiosas, se amplía la estructura de la obra y se hace discurrir su acción en un ambiente convencional, en el que a veces intervienen los dioses mitológicos y donde los protagonistas se expresan en un lenguaje culto.

En conjunto, la producción dramática de Juan del Encina tiene un gran valor histórico no sólo porque sintetiza admirablemente las principales corrientes culturales de la época - gusto por lo popular y local español, optimismo renacentista, influjo de Italia y de la antigüedad grecolatina -, sino por ser la primera en la que se observa el sello de una fuerte personalidad artística.