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Volvieran a seducirlo con 250.000 ducados. Después

permitió el uso de la Plaza Mayor como brillante escenario

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para los acontecimientos que ofrecía la entonces iniciada edad dorada. Madrid contaba entonces con 100.000

habitantes. El pueblo sencillo vivía alrededor de la plaza: peluqueros, afiladores, artesanos y comerciantes.

Los habitantes del casco antiguo pertenecen todavía hoy a la clase más pobre. La más rica prefiere el barrio de

Salamanca, al este de la ciudad. En la época dorada les fue mucho peor a los habitantes de esta zona antigua. Se

Vivía con miedo y hambre. Mendigos e impostores andaban sueltos. No había ni rastro del hoy romántico casco

antiguo. Solo el monarca festejaba en la cercanía ruidosas fiestas, pero eran inalcanzables.

Los Habsburgo destacaban como promotores del arte. Felipe IV llevó a los grandes pintores y literatos a palacio.

Diego Velázquez, Francisco de Zurbarán, Lope de Vega y Calderón de la Barca. Ellos fueron los “dorados” de la

época. Las numerosas tiendas de oro y plata desde luego no lo eran. Éstas existen desde hace poco tiempo.

Igual que los vendedores ciegos de billetes de lotería, que se encuentran por todas partes en Madrid.

La hasta el siglo IX insignificante población no se llamaba originariamente Madrid, sino en árabe “Mayrit”

lugar de muchas aguas”. En la orilla este del río Manzanares construyeron los árabes en el año 860 su Alcázar.

Este festejo lo tomó el rey castellano Alfonso VI en el siglo XI para los cristianos. La ciudad creció, pero

permaneció insignificante. Cuando en 1561 Felipe II de Habsburgo convirtió el Alcázar en su residencia, Madrid

pasó a ser la capital del reino. Así se alzaron muchas iglesias y monasterios, cuyas torres se levantaban sobre la

ciudad.

Con los reyes Borbones, que a principios del siglo XVIII relevaron a los Habsburgo, se impuso el Absolutismo

francés. Carlos III puso de relieve, como ningún otro, la cara de Madrid. El así llamado primer y mejor alcalde de

la ciudad, ordenó la canalización y la iluminación de las calles. Las construcciones más destacadas se realizaron

bajo su reinado. Como por ejemplo, la iglesia de San Francisco del Prado y el Palacio Real. A principios del siglo

XIX, Napoleón expulsó a la familia real española. El odio hacia su mandato extranjero condujo a la Guerra de la

Independencia. El 2 de mayo de 1808, fecha en la cual los ocupantes mataron a muchos madrileños en la Plaza

Mayor y en el Parque del Retiro, fue el motivo preferido del espíritu de la resistencia. Una pintura de Goya lleva

el título “Dos De Mayo”, aunque realmente rendía homenaje al hermano de Napoleón.

La Iglesia de San Pedro el Viejo es una de las muchas construcciones religiosas en el sur del casco antiguo. La

iglesia más grande y representativa es San Francisco el Grande. Mientras que la provisional Catedral de San

Isidro, al contrario que las de Barcelona o Sevilla, no es importante. La otra iglesia del siglo XVIII de San

Francisco de frailes mendicantes está mucho más lujosamente decorada. José

Bonaparte quiso reformar el cimborrio en un panteón. Pero fue antes expulsado.

Antes se ataban carneros y ocas a un poste, se sacrificaban y se llevaban con una

cuerda a la plaza donde eran vendidos. Atrás quedaba un rastro de sangre. Así surgió

el nombre del mercadillo más conocido de Madrid. Tiene lugar cada domingo en este

barrio del casco antiguo. En este triángulo entre la Ronda de Toledo, la Calle de

Toledo y la Calle de Embajadores hay de todo. Muñecas, máscaras, espejos, pilas de

agua bendita, pistolas, clavos viejos, chaquetas nuevas, cosas que fueron robadas el

domingo anterior. En el Rastro se entiende. Los mercadillos son en todas las ciudades

parte de las atracciones turísticas. El Rastro madrileño parece primitivo a pesar de su

alud de gente. El Rastro es historia vivaz de la ciudad.

Colindante con el Rastro se encuentra la Plaza da Lavapiés. Ésta recuerda una en un

pueblo típico español. Sin esplendores y sin estatuas heroicas de bronce. Lavapiés es

más que sólo una plaza. Lavapiés constituye los barrios bajos de Madrid. Pequeñas tiendas y bares. Amas de

casa haciendo la compra. Por calles empinadas, desiguales, estrechas y poco vistosas van a casa. Hasta 1492,

tras el brutal destierro a manos del rey español, vivieron aquí judíos. Lavapuest significaba en hebreo “lugar de

los judíos” y así dio lo mejor al barrio su nombre. El gueto judío ya no existe. Pero Lavapiés ha permanecido por

deseos del pueblo.

En la plaza de la Corrala se interpretan en verano zarzuelas, así se

llamaban las piezas de canto que antes trataban problemas actuales

del barrio. Pero a quién le sigue interesando. La televisión emite

actualmente en cada bar series peyorativas y todo un mundo de

cosas. Existen infinidad de bares en Madrid. En todas partes está

puesta de tele y suena la musical melodía de las tragaperras. Ya desde

por la mañana se bebe aquí vino o cerveza. Acompañadas por tapas,

pequeños aperitivos de diferentes clases. Las tapas se pican sin pausa,

a pesar de las acostumbradas comidas. Una buena alimentación es el

punto alimenticio de los españoles. Así no sorprende que en Madrid

haya un museo del jamón. Allí pueden consumirse en el momento las piezas de exposición después de haberlas

admirado cuantiosamente. La música que los españoles llevan en la sangre acompaña el comer y el beber.

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Tradición de otro tipo: La guardia montada del rey. Se encuentra de camino al cambio de la guardia en el

Palacio Real, al oeste del casco antiguo. El rey Felipe IV de

Habsburgo, al que Madrid debe su afloro cultural del siglo de oro,

se erige como jinete orgulloso en la Plaza de Oriente entre el

teatro y el palacio del rey.

El Palacio Real, construcción cuadrada de cuatro alas de estilo

barroco tardío, transmite el poder absolutista del monarca

también mediante la arquitectura. Directamente junto al palacio

está la Catedral de Almudena. Ésta consagrada a los santos

protectores de la ciudad, pero apenas impresiona. Entre la iglesia

y el palacio se aglomeran a diario muchos visitantes que desean

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