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18 - Mascarada - Terry Pratchett - tetelx - spa...doc
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07.09.2019
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Varias de ellas se sacudían arriba y abajo airadamente.

Tata se sirvió una ginebra con ginebra con un toque de ginebra e inspeccionó las filas de botellas con considerable interés.

Otra campana empezó a sonar.

Había un pote inmenso con aceitunas rellenas. Tata se sirvió un puñado y sopló el polvo de una botella de oporto.

Una campana cayó de su resorte.

En algún lugar en el corredor una puerta se abrió y la voz de un joven gritó:

—¡Dónde están esas bebidas, mujer!

Tata probó el oporto.

Tata Ogg estaba acostumbrada a la idea del servicio doméstico. Cuando era muchacha, había sido doncella en el Castillo de Lancre, donde el rey se inclinaba a abrumarla con sus intenciones y cualquier otra cosa que pudiera sujetar. La joven Gytha Ogg ya había perdido su inocencia29 pero tenía algunas ideas claras acerca de las intenciones no deseadas, y cuando él saltó sobre ella en el fregadero ya había cometido técnicamente traición con una pierna grande de cordero balanceada con ambas manos. Eso había terminado con su vida debajo de la escalera y puso un largo rizo a las actividades del rey sobre ella.

La breve experiencia le había brindado ciertas opiniones que no eran nada positivas políticamente pero eran muy firmemente Ogg. Y la Sra. Plinge se veía como si no tuviera mucho que comer y tampoco mucho tiempo para dormir. Sus manos estaban delgadas y rojas. Tata tenía un montón de tiempo para los Plinges del mundo.

¿El oporto va con jerez? Oh, bueno, no hay daño en probar...

Ahora, todas las campanas estaban sonando. Debía estar acercándose el intervalo.

Metódicamente desenroscó la tapa de las cebollas de cóctel, y pensativamente masticó un par.

Entonces, mientras otras personas empezaron a asomar las cabezas por las puertas y reclamar con enfado, fue al estante del champaña y bajó un par de las grandes. Les dio una maldita sacudida, metió una debajo de cada brazo con el pulgar sobre los corchos, y salió al corredor.

La filosofía de vida de Tata era hacer lo que parecía una buena idea en el momento, y hacerlo tan duro como fuera posible. Nunca la había defraudado.

El telón se cerró. El público todavía estaba de pie, aplaudiendo.

—¿Qué ocurre ahora? —susurró Agnes al gitano cercano.

Él se quitó el pañuelo de la cabeza.

—Bueno, querida, generalmente salimos un momento... ¡Oh, no, van a abrir el telón nuevamente!

El telón se abrió otra vez. La luz se centraba en Christine, que hizo una reverencia, saludó con la mano y centelleó.

Su amigo gitano codeó a Agnes.

—Mire a Dama Timpani —dijo—. Una nariz en cabestrillo si alguna vez hubo una.

Agnes miró a la diva.

—Está sonriendo —dijo.

—También lo hace un tigre, querida.

El telón se cerró otra vez, con la expresión definitiva del director de escena de que suspendería la función y le gritaría a alguien si se atrevían a tocar esas sogas otra vez...

Agnes se fue corriendo con los demás. No había demasiado que hacer en el siguiente acto. Había tratado de memorizar la trama más temprano... aunque otros miembros del coro hicieron lo posible para disuadirla, sobre la base que podías cantarla o comprenderla, pero no ambas.

Sin embargo, Agnes era aplicada.

—... así que Peccadillo (tenor), el hijo del Duque Tagliatella (bajo), se ha disfrazado en secreto como un porquerizo para cortejar a Quizella, sin saber que el Doctor Bufola (barítono) le ha vendido el elíxir a Ludi el criado, sin darse cuenta de que en realidad es la doncella Iodine (soprano) disfrazada de muchacho porque el Conde Artaud (barítono) reclama que...

Un asistente de director de escena tropezó con ella al pasar y saludó con la mano a alguien en bambalinas.

—Suelta el paisaje campestre, Ron.

Se escuchó una serie de silbidos de fuera del escenario, respondida por otra desde arriba.

El telón posterior subió. Desde la penumbra de arriba, los sacos de arena de contrapeso empezaron a descender.

—... entonces Artaud revela, er, que Zibeline debe casarse con Fideli, quiero decir Fiabe, sin saber, er, que la fortuna de la familia...

Los sacos de arena bajaron. Al menos sobre un costado del escenario. Del otro lado, Agnes fue interrumpida en su tarea imposible por los gritos, y vio cabeza abajo y no muy compuestos los rasgos del finado Dr. Undershaft.

Tata se escabulló por una puerta cercana, la cerró, y se apoyó contra ella. Después de algunos momentos el sonido de pies que corrían pasó de largo.

Bien, eso había sido divertido.

Se quitó la cofia de encaje y el mandil y, porque había una honestidad básica en Tata, se los metió en un bolsillo para devolverlos a la Sra. Plinge más tarde. Entonces sacó una forma negra, plana y redonda, y la golpeó contra su brazo. La punta salió disparada. Después de algunos ajustes su sombrero oficial estaba casi tan bien como uno nuevo.

Miró a su alrededor. Cierta falta de luz y alfombrado, junto con la presencia de polvo, sugería que ésta era una parte del lugar que se suponía que el público no vería.

Oh, maldición. Supuso que era mejor encontrar otra puerta. Por supuesto, eso significaba que tendría que dejar a Greebo, dondequiera que estuviera, él pero aparecería. Siempre lo hacía cuando necesitaba alimentarse.

Se escuchó un vuelo de pasos dirigiéndose hacia abajo. Los siguió hasta un corredor que estaba ligeramente mejor iluminado y lo siguió un buen trecho. Y entonces todo lo que tuvo que hacer fue seguir los gritos.

Apareció entre practicables y utilería desordenada detrás del escenario.

Nadie se preocupó por ella. La aparición de una anciana pequeña y amistosa no iba a provocar comentarios en este momento.

Las personas corrían hacia atrás y hacia adelante, gritando. Las más impresionables se quedaban en un lugar y gritaban. Una enorme dama estaba repantigada sobre dos sillas, histérica, mientras algún tramoyista desocupado trataba de abanicarla con un guión.

Tata Ogg no estaba segura de si algo importante había ocurrido o si esto era sólo una continuación de la ópera por otros medios.

—Le aflojaría el corsé, si fuera usted —dijo mientras pasaba.

—Cielo santo, señora, ¡hay bastante pánico aquí como está!

Tata siguió adelante hacia un interesante grupo de gitanos, nobles y tramoyistas.

Las brujas son entrometidas por definición e inquisitivas por naturaleza. Se instaló.

—Permítame pasar. Soy una persona entrometida —dijo, empleando ambos codos. Funcionó, como generalmente funciona este tipo de aproximación.

Había una persona muerta sobre el piso. Tata había visto la muerte en una gran variedad de apariencias, y supo que indudablemente era un estrangulamiento cuando lo vio. No era el final más bonito, aunque podía ser muy lleno de color.

—Oh cielos —dijo—. Pobre hombre. ¿Qué le pasó?

—El Sr. Balde dice que debe haber quedado atrapado en el... —comenzó alguien.

—¡Él no quedó atrapado en nada! ¡Éste es un trabajo del Fantasma! —dijo otra persona—. ¡Podría quedarse quieto allá arriba!

Todos los ojos se volvieron hacia arriba.

—El Sr. Salzella ha enviado a algunos tramoyistas para hacerlo salir.

—¿Llevaban antorchas encendidas? —dijo Tata.

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