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12 - Brujas de viaje - Terry Pratchett - tetelx...doc
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07.09.2019
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Volvió a derrumbarse.

-Están igual por todo el castillo -dijo Magrat, que se abría camino como podía entre el matorral de helechos que crecía desde la cocina Ahí están los cocineros, todos roncando, ¡y en las cacerolas no hay más que moho! ¡Hasta los ratones de la despensa están dormidos!

-Minin -refunfuñó Yaya- Seguro que en el fondo de todo esto hay una rueca. Os lo digo yo.

-¿Crees que es cosa de Aliss la Negra? -preguntó Tata Ogg.

-Eso parece -asintió Yaya-. O de alguien como ella -añadió en voz más baja.

-Esa bruja sí que sabía cómo funcionan los cuentos --dijo Tata-. A veces, estaba metida hasta en tres a la vez.

Hasta Magrat había oído hablar de Aliss la Negra. Se decía que era la bruja más poderosa de la historia..., no exactamente mala, pero sí tan poderosa que a veces no se notaba la diferencia. Cuando se trataba de hacer dormir un palacio durante cien años, o de conseguir que las princesas tejieran paja y la convirtieran en Odro,[17] no había otra como Aliss la Negra.

-La vi una vez -rememoró Tata, mientras subían por la escalinata principal del castillo-. La vieja Deliria Blandurria me llevó a verla cuando yo era niña. Pero claro, para entonces Aliss ya se estaba volviendo un tanto... excéntrica. Casitas de chocolate, todas esas cosas.

Hablaba con tristeza, como si se refiriese a una pariente anciana a quien de pronto le hubiera dado por usar la ropa interior por encima del vestido.

-Debió de ser antes de que aquellos dos niños la encerraran en su propio horno -dijo Magrat, muy ocupada en desenredar su manga de unas zarzas.

-Sí. Fue una auténtica pena. Es decir, Aliss nunca se llegó a comer a nadie -suspiró Tata-. Bueno, a muy poca gente. Es lo que se decía, ya lo sé, pero...

-Eso es lo que sucede cuando uno se mete en los cuentos -gruñó Yaya-. Lo empieza a ver todo confuso. Llega un momento en que no se sabe qué es real y qué no. Y, al final, los cuentos se apoderan de ti. Te vuelven la cabeza del revés. No me gustan los cuentos. No son reales. Y a mí no me gustan las cosas que no son reales.

Abrió una puerta.

-Ah. Una cámara -dijo con voz despectiva-. Hasta puede que haya un cenador.

-¡Caray, qué deprisa crecen estas cosas! -se sorprendió Magrat.

-Parte de la culpa la tiene el hechizo temporal -explicó Yaya-. Ah, ahí está la chica. Sabía que no tardaríamos en encontrarla.

Había una figura tendida en la cama, en un lecho de rosales con rosas rojas.

-Y ahí tienes la rueca -señaló Tata.

Así era, la forma del instrumento apenas resultaba visible entre la hiedra.

-¡Ni se te ocurra tocarla! -le advirtió Yaya.

-No te preocupes. La cogeré por el pedal y la tiraré por la ventana.

-¿Cómo sabéis todo eso? -preguntó Magrat.

-Porque es un mito rural -dijo Tata-. Ha sucedido montones de veces.

Yaya Ceravieja y Magrat contemplaron la figura durmiente de la niña. Tenía unos trece años, y su piel parecía casi plateada bajo la lapa de polvo y polen.

-¿No es preciosa? -suspiró Magrat, la del corazón de oro.

Detrás de ellas, se oyó el ruido de la rueca al estrellarse contra los guijarros lejanos del patio. Tata Ogg se acercó a ellas, frotándose las manos.

-Lo he visto docenas de veces -aseguró.

-No es verdad -replicó Yaya.

-Bueno, lo he visto por lo menos una vez -insistió Tata, sin avergonzarse en absoluto-. Y me lo han contado docenas de veces. Todo el mundo lo conoce. Es un mito rural, ya os lo he dicho. A todo el mundo le han contado que sucedió en el pueblo del vecino del amigo de un primo...

-Porque es verdad -asintió Yaya.

Cogió una de las muñecas de la chica.

-Está dormida porque tiene que venir un... -empezó Tata.

Yaya se dio la vuelta.

-Ya lo sé, ya lo sé. Ya lo sé, ¿vale? Lo sé tan bien como tú, ¿qué te crees? -Se inclinó sobre la mano inerte-. Esto es lo que hacen las hadas madrinas, ¿eh? Entrometerse siempre, querer controlarlo todo. ¡Ja! Una chica se envenena un poquito, y hala, ¡todos a dormir cien años! Eso es hacerlo por lo fácil. Y todo por un pinchazo. Como si fuera el fin del mundo. -Hizo una pausa. Tata Ogg estaba tras ella. No había manera humana de que viera su expresión-. ¿Gytha?

-¿Sí, Esme?

-Te estoy sintiendo sonreír. Guárdate tu psicolología de baratillo para quien la quiera.

Yaya cerró los ojos y murmuró unas palabras.

-¿Quieres que use la varita? -preguntó Magrat, titubeante.

-Ni se te ocurra -le advirtió Yaya.

Siguió murmurando.

Tata asintió.

-Muy bien, ya le vuelve el color a la cara -dijo.

Unos minutos más tarde, la niña abrió los ojos y miró con ojos nublados a Yaya Ceravieja.

-¡Ya es hora de levantarse! -exclamó Yaya, con una voz desacostumbradamente alegre-. Te estás perdiendo lo mejor de la década.

La niña trató de fijar los ojos en Tata, luego en Magrat, y por fin volvió a mirar a Yaya Ceravieja.

-¿Tú? -dijo.

Yaya arqueó las cejas y miró a las otras dos.

-¿Yo?

-¿Tú... aún estás aquí?

-¿Aún? -repitió Yaya- No había estado aquí en mi vida, guapita.

-Pero...

La niña parecía asombrada. Y, en opinión de Magrat, también asustada.

-Yo también me siento así por las mañanas, cariño -dijo Tata Ogg, al tiempo que daba unas palmaditas en la mano a la niña-. No me entero de nada hasta que no me tomo una buena taza de té. Bueno, supongo que el resto de la gente se despertará de un momento a otro. Claro que quizá tengas que esperar hasta que limpien las teteras, están llenas de ratas... ¿Esme?

Yaya estaba mirando una forma cubierta de polvo, adosada a la pared.

-Entrometida... -susurró.

-¿Qué pasa, Esme?

Yaya Ceravieja recorrió la habitación a zancadas, y sacudió el polvo de un gran espejo lleno de adornos.

-¡Ja! -exclamó. Se dio media vuelta-. Nos vamos ya -ordenó.

-Pero ¿no íbamos a descansar un poco? ¡Si casi está amaneciendo! -se sorprendió Magrat.

-Me parece que aquí estamos de más -replicó Yaya, mientras salía de la habitación.

-Es que ni siquiera hemos... -empezó Magrat.