
- •Ven a verme
- •Viejo Rathaus
- •Igor parecía avergonzado por esto.
- •Igor miró los dibujos otra vez.
- •Incluso el acobardado retador farfulló con los demás a coro:
- •Informalmente, la visita era también una manera delicada de asegurarse de que tomara su medicina y de que no estuviera notablemente loco.
- •Igor estaba esperando junto a la puerta de calle cuando el Dr. Hopkins llegó a ella. Le saludó con la cabeza.
- •Varios se secaron el sudor de sus ojos y trotaron hacia el podio, aliviados por escuchar cualquier tipo de orden, mientras que detrás de ellos los Aplazadores aullaban.
- •Veo las perillas de color que se mueven...
- •Igor tenía que admitirlo. Cuando se trataba de hacer cosas raras, los sensatos derrotaban a los locos.
- •Igor le miró furioso, pero tomó las botellas.
- •Igor se puso tenso. Nunca antes había escuchado ese tono en la voz de Jeremy. En la voz de un amo, era un mal tono.
- •Igor se cuadró rígidamente, tan derecho como podía lograr el promedio de los Igors, y casi cerró la puerta detrás de su señoría mientras salía aprisa del edificio bajando los escalones.
- •Igor realmente tenía las manos de su abuelo. Y ahora se estaban cerrando en puños, completamente por sí mismas.
- •Igor retorció la cara y golpeó su sien un par de veces con la palma de la mano.
- •Igor hizo una mueca. Con respecto a su equipaje, los contadores eran probablemente peores noticias que los abogados.
- •Igor hizo una mueca, pero había que pensar en el Código.
- •Vio que el Dr. Hopkins trataba de poner la taza en los labios de Jeremy. El muchacho se puso las manos sobre la cara y lanzó un codazo a la taza, derramando la medicina a través del piso.
- •Igor miró desde él hasta Lady LeJean y hacia él.
- •Volvió a mirar las botellas, y una idea espontánea surgió en su mente.
- •Varias docenas de Auditores los estaban desarmando en sus moléculas componentes.
- •Ignore este cartel.
- •Volvió sobre Susan una mirada como una lanza térmica.
- •Investigó el tazón de su pipa con un fósforo.
- •Voy a esperar aquí durante un rato.
- •Incluso con turrón, puedes tener un momento perfecto.
- •Notas al final
Ignore este cartel.
Por Orden
—Buen toque —admitió Susan—, pero me estoy preguntando... ¿quién puso los carteles?
Se escucharon voces en algún lugar detrás de ellos. Eran bajas, pero entonces de repente una se alzó.
—... ¡dice Izquierda pero apunta a la Derecha! ¡No tiene sentido!
—¡Es culpa suya! ¡Desobedecimos el primer cartel! ¡Infortunio para los que se desvían al sendero de la irregularidad!
—¡No me venga con eso, usted cosa orgánica! Le levanto la voz, usted...
Se escuchó un sonido suave, una especie de ahogo, y un grito que hizo eco en la nada.
—¿Se están peleando entre sí? —dijo Lobsang.
—Sólo podemos esperarlo. Movámonos —dijo Susan. Se deslizaron hacia adelante, zigzagueando en el laberinto de espacios entre los cajones, y pasaron un cartel que decía:
AGACHARSE
—Ah... ahora nos estamos poniendo metafísicos —dijo Susan.
—¿Por qué agacharse? —dijo Lobsang.
—¿Por qué realmente?
En algún lugar entre las cajas una voz reveló que alguien estaba hasta la coronilla.
—¿Qué maldito elefante orgánico? ¿Dónde está el elefante?
—¡No hay ningún elefante!
—¿Cómo puede haber un cartel, entonces?
—Es un...
... y una vez más el pequeño ahogo, y el grito desapareciendo. Y entonces... pisadas corriendo.
Susan y Lobsang retrocedieron a las sombras, y entonces Susan dijo:
—¿En qué he puesto mi pie?
Se agachó y recogió la cosa blanda y pegajosa. Y mientras se enderezaba, vio al Auditor doblar la esquina.
Estaba frenético y con los ojos de loco. Concentró la mirada en la pareja con dificultad, como si tratara de recordar quiénes y qué eran. Pero sujetaba una espada, y la sujetaba correctamente.
Una figura surgió detrás de él. Una mano lo agarró por el pelo y tiró hacia atrás la cabeza. La otra le tapó la boca abierta.
El Auditor forcejeó por un momento, y luego se puso rígido. Y luego se desintegró, diminutas partículas girando y desapareciendo en nada.
Por un momento las últimas motas trataron de armar, en el aire, la forma de una pequeña figura encapuchada. Entonces también fue arrastrada, con un pálido grito que fue escuchado a través de los pelos de la nuca.
Susan miró la figura enfrente de ella.
—Usted es un... no puede ser un... ¿qué es usted? —demandó.
La figura estaba silenciosa. Esto podría haber sido por la gruesa tela que cubría su nariz y su boca. Unos guantes pesados recubrían sus manos. Y esto era raro, porque la mayor parte del resto llevaba un traje de noche con lentejuelas. Y una estola de visón. Y una mochila. Y una inmensa pamela23 con plumas suficientes para hacer tres especies raras totalmente extintas.
La figura rebuscó en la mochila, y luego sacó un trozo de papel marrón oscuro, como si estuviera ofreciendo un escrito sagrado. Lobsang lo tomó con cuidado.
—Aquí dice ‘Higgs & Meakins Surtido de Lujo’ —dijo—. Crocante de Caramelo, Sorpresa de Avellana... ¿son chocolates?
Susan abrió la mano y miró la Espiral de Fresa aplastada que había recogido. Lanzó una mirada cautelosa a la figura.
—¿Cómo supo que eso resultaría? —dijo.
—¡Por favor! No tiene nada que temer de mí —dijo la voz amortiguada a través de las vendas—. Sólo me quedan las con nueces dentro ahora, y no se derriten muy rápidamente.
—¿Perdone? —dijo Lobsang—. ¿Mató a un Auditor sólo con un chocolate?
—Mi último Crema de Naranja, sí. Estamos expuestos aquí. Vengan conmigo.
—Un Auditor... —susurró Susan—. Usted también es un Auditor. ¿Verdad? ¿Por qué debo confiar en usted?
—No hay nadie más.
—Pero usted es uno de ellos —dijo Susan—. Puedo distinguirlo, incluso bajo todas esas... ¡esas cosas!
—Fui uno de ellos —dijo Lady LeJean—. Ahora casi creo que soy uno de mí.
Unas personas estaban viviendo en el ático. Había toda una familia allá arriba. Susan se preguntó si su presencia era oficial, o no-oficial, o uno de esos estados intermedios que eran tan comunes en Ankh-Morpork, donde siempre había escasez crónica de viviendas. Mucho de la vida de la ciudad tenía lugar en la calle porque no había espacio para ella adentro. Familias enteras eran criadas por turnos, para que la cama pudiera ser usada veinticuatro horas al día. Por lo que se veía, los cuidadores y los hombres que conocían el camino hacia Tres Grandes Mujeres Rosa Y Un Trozo De Gasa, de Caravati, habían mudado a sus familias a los laberínticos áticos.
Lady LeJean simplemente se había mudado encima de ellos. Una familia, o al menos un turno de ella, estaba sentada sobre bancos alrededor de una mesa, congelada en la atemporalidad. Ella se quitó el sombrero, lo colgó sobre la madre y agitó su pelo. Entonces quitó las pesadas vendas de su nariz y su boca.
—Estamos relativamente seguros aquí —dijo—. En su mayoría están en las calles principales. Buen... día. Mi nombre es Myria LeJean. Sé quién es usted, Susan Sto Helit. No conozco al joven, lo que me sorprende. ¿Supongo que usted está aquí para destruir el reloj?
—Para detenerlo —dijo Lobsang.
—Espere, espere —dijo Susan—. Esto no tiene sentido. Los Auditores odian todo sobre la vida. Y usted es un Auditor, ¿verdad?
—No tengo idea de qué soy —suspiró Lady LeJean—. Pero ahora mismo sé que soy todo lo que un Auditor no debería ser. ¡Nosotros... ellos... nosotros debemos ser detenidos!
—¿Con chocolate? —dijo Susan.
—El sentido del gusto nos es nuevo. Extraño. No tenemos ninguna defensa.
—Pero... ¿chocolate?'
—Un bizcocho sin mantequilla casi me mató —dijo su señoría—. Susan, ¿puede imaginar cómo es experimentar el gusto por primera vez? Construimos bien nuestros cuerpos. Oh, sí. Muchas papilas sensoriales. El agua es como el vino. Pero el chocolate... Incluso la mente se detiene. No hay nada más que el sabor. —Suspiró—. Imagino que es una maravillosa manera de morir.
—Parece no afectarle a usted —dijo Susan con desconfianza.
—Las vendas y los guantes —dijo Lady LeJean—. Incluso entonces es todo lo que puedo hacer para no rendirme. Oh, ¿dónde están mis modales? Siéntense. Levante a un niño pequeño.
Lobsang y Susan intercambiaron una mirada. Lady LeJean lo notó.
—¿Dije algo equivocado? —dijo.
—No tratamos a las personas como mobiliario —dijo Susan.
—¿Pero seguramente ellos no lo notarán? —dijo su señoría.
—Nosotros sí —dijo Lobsang—. Ése es el punto, realmente.
—Ah. Tengo tanto que aprender. Hay... hay tanto contexto para ser humano, me temo. Usted, señor, ¿puede detener el reloj?
—No sé cómo —dijo Lobsang—. Pero yo... creo que debería saberlo. Trataré.
—¿Lo sabría el relojero? Está aquí.
—¿Dónde? —dijo Susan.
—Al final del pasaje —dijo Lady LeJean.
—¿Usted lo trajo aquí?
—Era apenas capaz de caminar. Fue herido gravemente en la pelea.
—¿Qué? —dijo Lobsang—. ¿Cómo podría caminar en absoluto? ¡Estamos fuera del tiempo!
Susan respiró hondo.
—Lleva su propio tiempo, exactamente como usted —dijo—. Es su hermano.
Y era una mentira. Pero él no estaba listo para la verdad. Por la expresión sobre su cara, ni siquiera estaba listo para la mentira.
—Gemelos —dijo la Sra. Ogg. Recogió el vaso de brandy, lo miró, y lo dejó—. No había uno. Había gemelos. Dos niños. Pero...