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10 Экзаменационный материал по «практикуму» (4 курс, 7 семестр) 2011-2012

http://www.portalplanetasedna.com.ar/al03.htm

¿Las peores universidades del mundo?

Un ranking de las mejores doscientas universidades del mundo realizado por el suplemento educativo del periódico británico The Times les dio una pésima nota a las universidades latinoamericanas:. algún el estudio, hay una sola universidad de la región que merece es en esa lista. Y está casi al final: en el puesto 195. ¿Son tan malas A universidades latinoamericanas?, me pregunté cuando leí el estudio ¿Nos están contando cuentos de hadas quienes dicen que nuestros académicos y científicos triunfan en los Estados Unidos y Europa? ¿O es que el ranking de The Times de Londres está sesgado a favor de universidades de los países ricos?

Según el listado de The Times, las mejores universidades del mundo están en los Estados Unidos, encabezadas por Harvard, la universidad de California en Berkeley y el Instituto Tecnológico de Massachusetts. De las veinte mejores universidades del planeta, son de los Estados Unidos, y les siguen las de Europa, Australia, Japón. China, India e Israel. La única universidad latinoamericana que aparece en la lista es la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) un monstruo de 269.000 estudiantes que —salvo unas pocas excepciones, como sus escuelas de Medicina e Ingeniería— se encuentra entre las más obsoletas del mundo, especialmente si se tienen en cuenta enormes recursos estatales que recibe.

Cuando hice un programa de televisión con varios rectores universidades latinoamericanas para que opinaran sobre este ranking la mayoría puso el grito en el cielo. ¡No es cierto!, decían varios. ¡Calumnias! Si nuestras universidades fueran tan malas, no tendría tantos profesores en Harvard, Stanford o La Sorbona, proclamaban que el sondeo del Times era sesgado, decían: probablemente quienes lo habían hecho se basaron en opiniones de académicos de los Estados Unidos y Europa, y en trabajos científicos publicados en las principales revistas académicas internacionales, que están escritas en ingles. Ahí, las universidades latinoamericanas estaban en clara desventaja, señalaban. Uno de los pocos que dio la nota discordante fue Jeffrey Puryear, uno de los máximos expertos internacionales en temas de educación en América latina, y funcionario del Diálogo Interamericano, un centro de estudios en Washington D.C. “No me extrañan para nada los resultados generales del sondeo”, dijo Puryear, encogiéndose de hombros, ante la mirada atónita de algunos de los panelistas. “Gran parte de las universidades latinoamericanas son estatales, y los gobiernos no les exigen mucho en materia de control de calidad. Y cuando intentan exigirles calidad, las universidades se resisten escudándose en el principio de la autonomía universitaria”, agregó.

Cuando llamé a The Times para preguntar cómo se había hecho el ranking, los responsables del índice me dijeron que se habían basado en cinco criterios, incluyendo una encuesta entre académicos de 88 países, un conteo del número de citas en publicaciones académicas, y la relación numérica entre profesores y estudiantes en cada centro de estudios. Sin embargo, el peso de las citas académicas en la evaluación total era relativamente pequeño: contaban un 20 por ciento del total. Y también había una adecuada representación geográfica, según The Times: de 1.300 académicos entrevistados, casi trescientos eran de América latina. Si la encuesta hubiese incluido más académicos de países en desarrollo, los resultados hubieran sido parecidos, agregaron: la Universidad de Shanghai había hecho un ranking de las mejores quinientas universidades del mundo, y su elección de las primeras doscientas había sido bastante parecida.

En efecto, la Universidad Jiao Tong de Shanghai, una de las más antiguas y prominentes de China, había publicado su índice en 2004 con el objeto de orientar al gobierno y las universidades chinas sobre dónde enviar a sus estudiantes más brillantes. Los chinos habían hecho su ranking basados en el número de premios Nobel de cada universidad, la cantidad de investigadores más citados en publicaciones académicas y la calidad de la educación en relación con el tamaño de cada universidad. Y el estudio había concluido que de las diez mejores universidades del mundo, ocho eran de los Estados Unidos —encabezadas por Harvard y Stanford— y dos de Gran Bretaña. En la lista de la Universidad de Jiao Tong había relativamente pocas fuera de los Estados Unidos y Europa: apenas 9 en China, 8 en Corea del Sur, 5 en Hong Kong, 5 en Taiwan, 4 en Sudáfrica, 4 en Brasil, 1 en México, 1 en Chile y 1 en la Argentina. Y las latinoamericanas estaban lejos de los primeros puestos: la UNAM, de México, y la Universidad de Sáo Paulo, de Brasil, estaban empatadas con otras que ocupaban los puestos 153 a 201, mientras que la Universidad de Buenos Aires (UBA) estaba entre las cien empatadas entre los puestos 202 y 301, y la Universidad de Chile, la Universidad Estatal de Campinas y la Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil, aparecían junto con casi un centenar de otras universidades entre los puestos 302 y 403”’

Lo cierto es que tanto el ranking de The Times como el de la Universidad de Shanghai mostraban que los gobiernos de América latina viven en la negación. La UNAM, que recibe del Estado mexicano 1.500 millones de dólares por año,1 y la UBA, que recibe del Estado argentino 165 millones de dólares anuales,12 son ejemplos escandalosos de falta de rendición de cuentas al país. Ambas se niegan a ser evaluadas por los mecanismos de acreditación de sus respectivos Ministerios de Educación, bajo el pretexto de que son demasiado prestigiosas para someterse a un estudio comparativo con otras universidades de su propio país. “La UNAM es una institución cerrada a la evaluación externa”, me dijo Reyes Tamés Guerra, el secretario de Educación de México, en una entrevista. “Prácticamente todas las universidades públicas del país se han sometido a la evaluación externa, menos la UNAM.”’3 Y en una entrevista en la Argentina, el ministro de Educación Daniel Filmus me decía lo mismo sobre la UBA: “Cuando empezamos a acreditar a las universidades, la UBA decidió no acreditar. Apeló (en los tribunales). El argumento es que tiene un nivel tal que no hay quién la acredite, y que atenta contra la autonomía universitaria que un organismo externo a la universidad la acredite. Hicieron un juicio contra el Ministerio de Educación”