
- •I. Comentarios lexicologicos – лексический комментарий.
- •II. Parte teorica. Diferencia semantica de pares sinonimicos. Теоретическая часть. Семантическое различие синонимов.
- •III. Notas etimologicas – этимологические замечания
- •IV. Formacion de palabras - словообразование
- •V. Comentarios gramaticales - грамматический комментарий
- •VI. Comentario estilistico – комментарий стилистики текста
- •Poner los sinónimos correspondientes:
- •Traducir al ruso el tercer y el cuarto párrafos de "Prometeo".
- •Herminio Almendros
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Texto№1
«PROMETEO»
Herminio Almendros
En el mismo país al que hoy llamamos Grecia vivió hace ya siglos el pueblo de los griegos antiguos, uno de los pueblos más inteligentes y sabios de aquellos lejanos tiempos.
Hay en ese país una montaña muy alta, que esconde su cima entre las nubes. Llamábanle ya aquellos griegos el Monte Olimpo, y habían imaginado que la cima del monte era como el cielo donde vivían los muchos dioses que su po- derosa fantasía había inventado. Júpiter era como el rey de todos aquellos dioses. Era el gran dios todopoderoso y temido; cuando se enfurecía lanzaba truenos y rayos sobre la tierra, y los hombres se ocultaban miedosos, y hasta los mismos dioses temían.
Júpiter reinaba en el Olimpo con una grandísima corte: su esposa Juno, la diosa reina; sus hijos, Apolo, dios del sol, de la música y de la poesía; Artemisa, diosa de la luna, Palas Atenea, diosa de la inteligencia; Ares, dios de la guerra... y muchos y muchos más. Entre los muchos dioses y seres sobrenaturales que vivían en aquel cielo de Júpiter, estaba Prometeo, el gigante que no temía la ira del severo rey. Era Prometeo uno de los Titanes que habitan la tierra antes de la creación de los hombres.
El encargado de crear al hombre fue Prometeo mismo. Tomó puñados de la tierra de Grecia, los amasó con agua e hizo la figura del hombre a la que dio vida y poder para qúe se multiplicara. E hizo erguida a la criatura humana para que, así como los animales bajan la cabeza y miran al suelo, ella llevara la suya levantada para mirar al cielo. Prometeo llegó a querer mucho a los hombres que había creado. Los miraba satisfecho de verlos vivir; pero cuando
vino el otoño y soplaron los primeros fríos del invierno, vio que los hombres ya no reían, y los vio temblar con gestos de dolor. Los animales tenían la piel espesa y peluda y podían refugiarse entre las grietas de la tierra, pero el hombre no podía protegerse y sufría.
Prometeo se conmovió con el dolor de los seres que había creado. Pensó en atraerlos al soleado Olimpo, libre de inviernos, pero allí no les era permitida la entrada a las criaturas humanas. Tenía que pensar en otra manera de ayudarles.
Pensó y pensó y vino á recordar al dios Vulcano, hijo también de Júpiter, castigado a trabajar en una enorme fragua del fondo de la tierra, donde forjaba los rayos y las armas de su padre.
¡Si Vulcano le concediera tan sólo un poco del fuego de su forja!
De noche salió Prometeo del Olimpo. De estrella en estrella fue bajando en silencio hasta la tierra para que Júpiter no supiera su aventura. Júpiter no quería que los hombres tuvieran poder alguno, temeroso de que algún día se atrevieran a conquistar su reino.
Cuando llegó Prometeo a la tierra buscó una profunda gruta al borde del mar, y por una grieta entre rocas fue bajando, bajando por esquinas de piedra en busca de la fragua del dios. En el camino oscuro divisó al cabo una raya de fuego, y allí llegó, ante la enorme puerta de la herrería de Vulcano. Llamó con recios golpes que resonaron entre ruido de yunques y martillos, y la puerta se abrió, y Vulcano reconoció sorprendido a Prometeo. Ya sabía Prometeo que a Vulcano le estaba prohibido ceder el fuego de los dioses, pero probó a conmover su corazón.
Hemos creado a los hombres — le dijo—. Allí están viviendo para adorar a Júpiter, pero ha llegado el invierno y sufren y mueren de frío. No debemos dejarlos sin amparo.
Sí — respondió Vulcano—, cierto es lo que dices, pero bien sabes que nada podemos hacer para socorrerlos. Y siguió forjando al rojo vivo un rayo divino.
En aquel instante en que Vulcano fingía estar distraído en su trabajo, encendió rápido una antorcha Prometeo y desapareció con ella por la oscura galería de roca.
Aquel mismo día los hombres siguieron a Prometeo, rodearon a Prometeo, el del encendido brillo en el puño, y Prometeo les enseñó el fuego enemigo del frío y les dijo cómo podían mantenerlo y avivarlo con las ramas secas de los árboles.
Y las voces y los cantos se oyeron para bendecir a aquel amigo de los hombres que les trajo la lumbre que caldea el hogar y funde los metales de los arados, de las armas de caza y de las monedas.
Se enfureció Júpiter al saber que los hombres poseían ya el fuego que él había encerrado en el fondo de la tierra, y bajó a la caverna a preguntar a Vulcano:
¿Has sido tú el que les dio el fuego que te dí a guardar?
No, no he sido yo — contestó Vulcano deseando salvar a Prometeo. Yo he trabajado y he hecho para tí las más brillantes armas jamás forjadas. Ven a recrear tu vista en esta hermosa armadura. Pero Júpiter no dejó de preguntar hasta saber la verdad.
¡Ahora — dijo a Vulcano—, obedéceme! Forja pronto las más fuertes cadenas que puedan salir del fuego de tu fragua.
Voy a encadenar a Prometeo a la roca de la región más desolada de la tierra. Una de mis águilas lo atormentará día y noche para siempre.
Y regresó Júpiter al Olimpo, y Vulcano forjó las cadenas y las llevó a la gran roca del Cáucaso donde esperaban con Prometeo los enviados de Júpiter.
Agujereó Vulcano la roca negra, encajó allí los garfios de hierro y ató la cadena a los tobillos y a los puños de Prometeo; luego volvió el dios la cabeza y se alejó a largos pasos para no ver sufrir al héroe. Allí quedó, cara al cielo, encadenado, Prometeo, y por sobre la roca volaba en círculos el águila que comería día a día, eternamente, de las entrañas del Titán. Prometeo sabía que los hombres ya no sufrían y que vivían felices, y eso le servía de consuelo en su tormento. Nunca, además, abandonó la esperanza de volver a ser libre. Pasaron años de dolor para Prometeo en la solitaria roca, y un día llegó Hércules a libertarlo.
Era Hércules hijo de Júpiter y de una mujer de la tierra. Tenía, pues, en su naturaleza de hombre también naturaleza de dios. No había en toda la tierra un ser tan fuerte como Hércules. Juno, la celosa esposa de Júpiter, lo había condenado a ir por el mundo acometiendo las proezas más difíciles, y Hércules iba y venía, siempre victorioso.
Un día acertó a pasar cerca de la roca donde Prometeo estaba encadenado. Vio cómo el águila bajaba a devorar el hígado en el costado abierto del gigante indefenso, y sintió horror a la crueldad del tormento. Empuñó su poderoso arco, dispuso en él la flecha más recta y fue a dar con ella en el corazón del águila. Luego subió a la roca y, con un firme esfuerzo de sus brazos, hizo saltar las fuertes cadenas. Una de ellas quedó aún colgando del pie de Prometeo con la argolla que lo sujetaba y con un pedazo de roca pegado en su extremo de garfio.
— He estado aquí preso años y años — dijo Prometeo — hasta que tú has llegado. Dime, Hércules, cómo puedo ayudarte yo a tí. Y Prometeo acompañó a Hércules para enseñarle el camino de una de sus hazañas. Luego volvió donde vivían los hombres, para seguir ayudándoles y contentarse de verlos felices.
Júpiter vio desde el Olimpo a Prometeo libre, pero pensó que su mandato estaba cumplido, pues el héroe llevaba una cadena sujeta a un pie, y en el extremo el garfio de hierro estaba bien clavado en un pedazo de roca. Regresó Prometeo al Olimpo a vivir con los dioses, pero en la tierra los hombres jamás lo olvidaron. Todos los años celebraban una fiesta en su honor. Los más fuertes y rápidos jóvenes, portando en el puño una antorcha encendida, corrían en las ciudades griegas carreras de relevos en memoria del héroe portador del fuego.
ANALISIS DEL TEXTO
I. Comentarios lexicologicos – лексический комментарий.
Puñado m., 1. lo que cabe en el puño, porción de cualquier cosa, que cabe en el puño; ej.: puñado de tierra; 2. fig. escasa proporción de una cosa; ej.: puñado de hombres; a puñados — con abundancia; ej.: No tiene nada excepcional, hombres cómo él se encuentran a puñados por todas partes.
Amasar vt 1. formar o hacer masa, mezclando harina, tierra, yeso, etc. con algún líquido; ej.: amasar el pan, amasar harina con agua; 2. fig. preparar reservadamente entre varias personas un asunto, generalmente no lícito y ño bien intencionado; ej.: Los cómplices del crimen amasaron el asunto de lo mejor pero fueron pronto revelados y condenados a 10 años de cárcel.
Piel f.,1. membrana que cubre el cuerpo del hombre o del animal; ej.: piel del hombre, piel de caballo, piel espesa, piel peluda; 2. piel de animal curtida, adobada y elaborada; ej.: zapatos de buena piel, bolsa de piel de cocodrilo, abrigo de pieles; 3. capa externa de los frutos; e/.: piel de manzanas, piel de patata.
Caldear vt 1. calentar mucho; ej.: caldear el hierro (ponerlo al rojo) para labrarlo; caldear la casa; 2. fig. caldear la atmósfera.
Amparo m., 1. protección y ayuda; acción y efecto de amparar; ej.: convoy de barcos mercantes al amparo de buques de guerra; al amparo de la ley.
Amparar vt proteger, favorecer; ej.: amparar la infancia, amparar a los damnificados.
Condenar vt 1. pronunciar la sentencia que imponga pena; ej.: El juez pronunció la sentencia condenando al reo a diez años de prisión; 2. reprobar una doctrina; ej.: La opinión del periodista Rubio que se pronunciaba en contra de los sindicatos locales fue condenada por la mayoría de obreros de las fábricas textiles; 3. desaprobar algo, no asentir a una cosa; ej.: El hecho de salir a la calle vestido de una forma provocativa fue condenado por la opinión del poblado; 4. fig. sentenciar; ej.: estar gravemente enfermo y condenado (обречён) a una muerte lenta.
Conceder vt dar, ofrecer, otorgar; ej.: conceder el derecho, conceder la independencia, conceder la razón, conceder la libertad, conceder algún favor.
Recio adj 1. fuerte; vigoroso; ej.: golpe recio, hombre recio; 2. duro, fuerte; ej.: frío recio, clima recio.
Sorprender vt 1. coger desprevenido; ej.: sorprender al enemigo; sorprender con la llegada inesperada; sorprender a un ladrón; 2. conmover o maravillar con algo imprevisto o incomprensible; ej.: sorprender con lo maravilloso que canta el artista; me sorprende su conducta; 3. descubrir lo que otro ocultaba; ej.: sorprender las cosas que se ocutlaban en el sótano de la casa.
Ceder vt vi 1. dar, traspasar; ej.: ceder el cargo a favor de otro; 2. cesar la resistencia, capitular, rendirse; ej.: ceder el terreno, ceder la palma del triunfo, ceder la victoria; 3. dejar; ej.: El alumno cedió el sitio a su maestra al verla
entrar en el autobús. Los dos hombres se encontraron en un sendero muy angosto y ninguno quiso ceder el paso; 4. obedecer, someterse; ej.: es difícil hacer ceder a este hombre terco; ceder a la autoridad; 5. bajar; ej.: ceder la fiebre a la quinina.
Fingir(se) vt, vr simular, aparentar con palabras, gestos o acciones algo que no es verdad; ej.: fingir conocer a uno; fingirse dormido, enfermo, muerto.
Mantener vt 1. proveer a uno del alimento necesario, abastecer; ej.: los padres mantienen a sus hijos, mantener su familia; 2. conservar; dar permanencia; ej.: mantener en orden la casa; mantener relaciones diplomáticas; mantener una opinión; mantener correspondencia con algunó.
Mantenerse vr 1. alimentarse; ej.: se mantenían con raíces, se mantenían con pan y agua, se mantenían de trabajar en un almacén; 2. sostener, defender, resistir; ej.: Las tropas en defensiva se mantenían firmes en su puesto a pesar de los incesantes ataques del enemigo.
Solitario adj 1. desierto, despoblado; ej.: una isla solitaria; el Polo Norte es un lugar solitario; 2. retirado; ej.: En un lugar solitario del desierto de Sahara se divisó un oasis. 3. solo; ej.: "blanquea la vela solitaria..." («белеет парус
одинокий...»)